Cuando te distraes viendo la tele en lugar de hacer lo que se supone que tienes que hacer, sabes que estás procrastinando.
El problema es sencillo de resolver. Basta con apagar la televisión y ponerte con la tarea.
El asunto es más complicado cuando estás procrastinando y tú no te das cuenta.
En apariencia estás trabajando. Tú estás convencido de que estás haciendo algo productivo y quienes te observan, también.
¿Cuándo ocurre eso?
¡Uy, muchas veces! Por ejemplo, cuando planificas de más. Te entretienes en los preparativos, cuadrando y ordenando información más tiempo del necesario. Podrías haber pasado a la acción hace rato.
Cuando te esmeras en corregir hasta el último detalle de lo que has hecho y lo más importante es que dejes eso y te pongas con la siguiente tarea.
O, en general, cuando te convences de que una tarea es importante y te pones con ella haciendo a un lado la que, realmente, es más importante en ese momento.
Esto es fácil que ocurra cuando la tarea más importante te intimida o te fastidia; cuando estás cansado o desconcentrado; o cuando no has establecido tus prioridades correctamente.
En esos momentos estás procrastinando. Para darte cuenta de que es así, sólo tienes que hacerte la pregunta: ¿Es esto lo más importante que he de hacer ahora?
Si respondes que no, al menos, ya no estás engañándote a ti mismo. Sabes que estás procrastinando, aunque lo que estés haciendo sea muy interesante y productivo.
Y, en ese momento, puedes tomar la decisión de meterle mano a lo realmente importante u otra. Por ejemplo: Descansar un rato y recabar energías para hacer lo que más te cuesta. (Así no las malgastas con tareas secundarias.)
En realidad, las soluciones son las mismas que cuando te descubres procrastinando flagrantemente. Tú eliges las que gustes. Mira lo bueno: Ya has identificado el problema y, por tanto, puedes buscarle un arreglo.