Los problemas se acumulan y te sientes desbordado. O bien, llega uno con el que no contabas sacándote fuera de juego. O, tal vez, te encuentras a pocos días u horas de un evento que dispara tu ansiedad hasta el techo.
¿Quién no ha vivido situaciones de éstas en las que saltan las alarmas?
El cuerpo no responde, la mente se colapsa y la creatividad para salir del brete no está en su mejor momento.
La gracia de esto es que el problema no se soluciona cuando entramos en pánico. Al contrario, ahora tenemos dos: el problema mismo (o el conjunto de ellos) y la tensión, que no nos deja pensar con claridad.
Si somos capaces de aplacar ese torrente de emociones, estaremos en condiciones de encontrar ideas que nos sirvan.
Empezaremos por ahí, por recobrar la lucidez, la calma. ¿Qué haces tú cuando necesitas tranquilizarte para poder pensar?
Y, si lo consigues, ¿qué va después?
Aquí van algunas sugerencias:
1. Sé consciente de lo que te está pasando. Observa los signos físicos de que tu cerebro ha activado la alarma como reacción ante el… ¡peligro! (espalda rígida, respiración acelerada, manos sudorosas…).
Y, visto el panorama, entiende que no puedes dejar que la adrenalina siga campando a sus anchas. Decide ponerle un alto.
2. Respira. Para notar una rápida mejoría en ese estado de nervios, basta con que dediques unos minutos a respirar profundamente.
Todavía es más efectivo si te concentras en el ejercicio todo lo posible. Observa las sensaciones cada vez que inhalas y exhalas. Y, si la mente divaga en otra cosa, tráela de regreso a esas sensaciones.
3. Deja que te ayude el sonido. Busca esos sonidos que te relajan cuando estás agitado, ya sean música o sonidos de la naturaleza. Envuélvete con ellos. O envuélvete en un reconfortante silencio.
4. Toma el aire. Otro clásico que siempre funciona. Un simple paseo basta para refrescar el cuerpo y la mente.
5. Haz ejercicio. Lo mismo que el anterior, pero más intenso.
6. Deja salir lo que hay dentro. Lo dicho no sirve de mucho, si después continúas dándole vueltas al problema en tu cabeza. Ya que estás más calmado, saca fuera lo que sientes y lo que te preocupa.
Puedes escribirlo, o contártelo de viva voz a ti mismo o a otra persona. Esto es muy útil para poner el problema en perspectiva y para que comiencen a aflorar las ideas.
7. Confía en ti. La confianza tranquiliza y tú tienes dónde encontrarla: en experiencias similares en las que has salido adelante, a pesar de lo asustado que estabas. Tenlas presentes.
8. Elabora un plan. Identifica las acciones que puedes realizar para afrontar la situación, si hay alguna. Ordénalas según su prioridad y céntrate en el primer paso. Después, en los sucesivos.
9. Observa la diferencia. Mira el enredo de emociones del inicio, que resultó de interpretar el problema como un cataclismo. Reaccionaste automáticamente ante la amenaza. Y ahora, que te has relajado lo suficiente, eres capaz de encontrar respuestas.
El problema o la situación no ha cambiado. Has sido tú, que has elegido calmarte y centrarte en lo que vas a hacer.
10. Aprende para la próxima. Como sea, saldrás de este momento crítico. Pero ten presente que no será el último. Vendrán más situaciones complicadas y cada vez las irás manejando mejor, si aprendes de lo que vas viviendo.
Retomar la calma. Ver el problema desde otra perspectiva. Resolver lo que vas a hacer. Y pasar a la acción, paso por paso.
Todo eso se va aprendiendo o re-aprendiendo poco a poco. Toma nota de lo que ha funcionado y de lo que no para la próxima.
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