Piensa en una acción o proyecto que tengas en perspectiva. ¿Cuáles son tus expectativas? ¿Saldrá bien, mal, regular?
A ciencia cierta, no sabes lo que te vas a encontrar. Eres tú quien elige qué resultado cabe esperar, según le des importancia a unas cosas o a otras.
En el fondo, tiene gracia que el esfuerzo que haces agobiándote o preocupándote por lo que esperas que salga mal sea el mismo que necesitas para alimentar la confianza en un buen resultado.
Tal vez haya más papeletas para que salga mal que para que salga bien. Pero el resultado NO es seguro. Y, si no es seguro, puedes imaginarte el desenlace que gustes.
¿Quieres preocuparte y engordar las dudas? Adelante. ¿Quieres sentir que eres capaz de lograrlo y acariciar el buen resultado con tus dedos? Adelante. Elige lo que quieras.
Eso sí, ya sabes que es más efectivo y práctico que pienses en el resultado que SÍ quieres. Tiene sentido que te enfoques más en lo positivo y le dediques más energía, que a lo que deseas evitar.
Así, enfocado en lo positivo, te das una ventaja. Estás más pendiente de las oportunidades que surjan para aprovecharlas en ese sentido y avanzas con más fuerza y alegría.
¿Y si sale mal? Eso lo sabes de antemano. El resultado puede ser positivo o negativo. Puedes fallar en tu apuesta. Vale.
Pero, por tu parte, no quedó. Te volcaste hacia lo que querías. Y esa misma actitud la puedes adoptar en lo que sea que decidas a continuación. ¿Intentarlo de nuevo? ¿Por qué no? Las cosas no siempre salen a la primera.
En mi caso, no suelo crearme expectativas muy, muy positivas. Me enfoco en lo que quiero conseguir. Pero sé que voy a encontrar obstáculos, problemas que he de resolver por el camino.
Ya que las expectativas se eligen, las mías las fabrico así, porque me funciona. A cada persona le sirven cosas diferentes.
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