Sorprendentemente, hoy no tienes nada que hacer. Brilla el sol y tu casa, también. Todo está limpio, en orden. Y a ti se te ocurre tumbarte en una hamaca frente a la playa.
Podrías correr, nadar o explorar la zona. Pero prefieres quedarte quietecito, ahí, relajándote.
De otro lado, estoy yo. Se supone que termino de trabajar. La casa está manga por hombro y sucia como un palomar. Pero, como estoy cansada, me tiro en el sofá: Ohhhh… Al fin… Qué paz…
A ver, ¿quién de los dos está siendo más vago, tú o yo?
Yo podría decir que tú eres el vago. Tienes todo el día para hacer lo que te dé la gana y se te ocurre desperdiciarlo desplomado en una hamaca.
Y tú podrías decir que la vaga soy yo. Porque, tal y como está la casa, tiene delito que pierda el tiempo desparramada en el sofá.
Sin embargo, ninguno de los dos se merece el calificativo de “vago”. Los dos estamos haciendo lo mismo: relajándonos un poco, porque nos lo merecemos. Que es lo que viene a significar “hacer el vago”, pero con una diferencia: La culpa que lleva implícita la expresión.
Si tú, ahí en tu hamaca mirando al horizonte, piensas que estás haciendo el vago, no lo disfrutas igual. Te recuerdas a ti mismo que podrías estar envuelto en algo más edificante, como los chavales que están volando una cometa a pocos metros de distancia.
Y yo, que estoy molida en el sofá, ni te cuento qué culpable me siento cuando miro el panorama que hay alrededor: Cielos. ¡Qué vaga soy!
Elige cómo lo llamas
Las palabras son muy importantes (también con otros ejemplos). Y eres tú quien decide si lo que estás haciendo es relajarte o vaguear.
La pereza se supone que consiste en ahorrar energía; más o menos, en no hacer nada. Pero quien se relaja sí está haciendo algo… y mucho.
Quien se relaja está dándose un tiempo para que su cuerpo y su mente descarguen tensiones. Aminora el ritmo para que fluyan nuevas ideas. Escucha lo que ocurre dentro de sí mismo. Reflexiona. Se renueva. Etc.
Y eso es necesario que lo hagamos. Hay un tiempo para ser productivos y un tiempo para descansar. Si tú decides que éste es un momento para lo segundo, ¿a qué viene la culpa?
Lo que hagan o piensen los demás es asunto suyo. Ellos pueden llamarlo pereza y tú, que sabes que necesitas ese tiempo para despejarte, puedes llamarlo relax (y punto).
Y, si eres tú el peor juez de ti mismo, igual. Dile a tu dictador interior que no estás haciendo el vago, ¡caramba! Estás relajándote y lo vas a hacer bien, no a medias. La culpa, a paseo.
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¿Eres vago o necesitas un descanso?
Estás a mitad de una tarea y te resulta tan pesada que aprovechas la menor excusa para distraerte. O ni siquiera la has empezado. No tienes ganas. ¿Será eso?
¿Será que te has levantado perezoso o, más bien, que estás agotado? ¿Cómo distingues entre un estado y otro?
Echa la vista atrás
Si has estado al pie del cañón desde antes de que el gallo despertara, ¿no es razonable que te cueste seguir con el mismo ritmo? Quizás no has repuesto las energías que has ido gastando en todas estas horas.
¿Y los días anteriores? ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones o un día libre? ¿Te has relajado últimamente? ¿En cuántas actividades divertidas te has “perdido” durante la última semana?
Antes de decirte a ti mismo que te falta motivación o que lo tuyo no es la disciplina, considera la posibilidad de que lo que realmente te falta es… ¡descanso!
No te ves con bríos ni para concentrarte por cinco minutos más. Es natural. A saber desde cuándo te estás exprimiendo.
Ante la falta de descanso ningún parche es milagroso. Aparca tus intenciones productivas y vete a ver una peli, a pasear o a lo que sea que te “reenergice”. Al menos, hazlo por un rato, si no es que necesitas un descanso más largo.
Echa una vista a lo que sientes
También puede ser que la respuesta no esté sólo en el horario apretado. Hay que tener en cuenta la cuestión emocional.
¿Te has sentido últimamente un poco apático? Estás en un proyecto (o varios) que no avanza, que no te llena o que ha dejado de tener sentido.
En este caso, el asunto a resolver no es exactamente la pereza puntual. Has de parar un poco para evaluar lo que estás haciendo y hacia dónde vas. Si no, el problema persistirá.
¿Será el estrés? Si sientes que falta una gotita para que rebose el vaso y empieces a gritar o a darle mamporros a la pantalla, es probable que estés quemado, exhausto. Y, en ese caso, también es preferible que te tomes un descanso.
Haz la prueba
¿Te sientes culpable con la idea de descansar, porque no sabes si te estás comportando como un vago de marca mayor? ¿Te sientes culpable por distraerte cuando te fuerzas a concentrarte y no te sale?
Dale una patada a las culpas y haz una prueba como ésta, que es muy popular, u otra parecida que se te ocurra. ¿Listo? ¡Ahí vas!
Levántate. Muévete un poquito. Bebe agua. Piensa en la tarea que tienes delante y decide qué pasos vas a dar en diez minutos.
Silencia el teléfono, las notificaciones y todas las distracciones que puedan interrumpirte. Prepara el cronómetro o el temporizador… ¡Y adelante! ¡Avanza todo lo que puedas! Diez minutos nada más.
Transcurridos los diez minutos, observa cómo te sientes. Si tienes energía para seguir con la tarea, enhorabuena. Has roto el hielo. Venciste sobre la pereza.
En cambio, si te sientes como si te acabaran de dar una paliza y peor te pones cuando piensas en hacer otros diez minutos así de intensos, no es buena idea que te fuerces más allá. Necesitas parar un rato.
¿Cómo distingues tú si tienes un día vago o si te hace falta un descanso?