La resiliencia es la capacidad de soportar las dificultades o malos tragos de la vida, saliendo adelante a pesar de todo.
Como ya dijimos, se trata de una cualidad que se adquiere con el paso del tiempo, a fuerza de dar la cara a problemas, sinsabores y desafíos.
Esa entereza nos hace falta a todos, sin excepción, pero hay factores que hacen que para unas personas sea más fácil desarrollarla que para otras.
El entorno, como punto de partida
El entorno puede ser propicio o no para que la persona, desde que es muy joven, vaya aprendiendo a afrontar los golpes de la vida sin venirse abajo.
Un entorno propicio sería aquél en el que la persona se vea arropada por unas relaciones sanas y fuertes.
Un entorno afectivo en el que sienta confianza, seguridad y apoyo. Y que, a su vez, le brinde la oportunidad de aportar lo mejor de sí misma.
Un entorno que le haga sentir que es una persona valiosa; que le tenga fe y se lo demuestre; que le guíe y que le anime a aprender y emprender.
Lo dicho: Tienen ventaja para desarrollar resiliencia esas personas que crecen en un entorno protector y orientador. (No sobreprotector.)
Habilidades personales de base
La persona construye su resistencia a la adversidad sobre la base de habilidades que ha ido adquiriendo, con más o menos ayuda del entorno.
Entre estas habilidades básicas podemos citar, entre otras, las que conciernen a estas áreas:
- La resistencia al estrés en la vida cotidiana con armas tales como: la tolerancia a pequeñas frustraciones, el sentido del humor, desconectar de las presiones…
- Las habilidades relacionadas con la toma de decisiones (simples, complejas, ingeniosas… pero propias).
- Las relacionadas con la autonomía personal (hacer cosas por uno mismo responsabilizándose de ellas).
- Las habilidades sociales (cómo interactuamos con otros, cómo nos desenvolvemos en distintas situaciones…).
Lo que cuenta es que no se nace siendo fuerte y resistente a cualquier calamidad. Eso se aprende y a diario tenemos oportunidades para hacerlo.
Imagen de Dhinoo G