La motivación es el empuje necesario para conseguir las metas que nos proponemos, pero también sucede al revés: un camino bien trazado hacia la meta aumenta la motivación.
Ésa es la idea principal de la teoría SMART, formulada por Edwin A. Locke a finales de los 60. Y que, por mucho que haya llovido desde entonces, sigue teniendo validez.
Teoría SMART
La palabra SMART, en este caso, la podemos traducir como «inteligente«. (Cómo establecer objetivos de manera inteligente.)
Pero, también se trata de un acrónimo formado por las letras iniciales de estos términos, que le dan nombre al asunto que tratamos.
Teoría S-M-A-R-T
- Specific: Específico. Un objetivo ha de ser lo más concreto posible. Ejemplo: ¿Leer más? No. ¿Leer veinte minutos antes de dormir? Mejor.
- Measurable: Medible. Esto quiere decir que se pueda controlar el progreso. Ejemplo: Lees 2 ó 12 páginas al día.
- Achievable: Que se pueda alcanzar. Las metas han de suponer un reto, pero uno mismo tiene que estar convencido de que logrará llegar al final. Ejemplo: ¿Te ves llegando a la última página del libro?
- Relevant: Relevante. El objetivo ha de ser importante para ti. Ejemplo: ¿Tiene sentido que te leas una monografía sobre la reproducción de las medusas, cuando ahora mismo ni te va ni te viene? Empieza por algo que te llene.
- Time Framed: Acotado en el tiempo. Ha de haber un plazo para conseguir el objetivo y uno tiene planificar los pasos para terminar en ese tiempo. Ejemplo: Proponerse terminar el libro antes de que llegue agosto.
Aquí hemos utilizado el ejemplo de la lectura, pero esta teoría útil para enfocar todo tipo de objetivos, especialmente los complejos.
Lo que hay hacer con cada objetivo es ver la manera de que cumpla esos cinco requisitos.
En resumen, para que nuestras metas nos motiven éstas deben: interesarnos e involucrarnos, ser concretas, alcanzables y susceptibles de dividirse en pasos.
(También puedes ver: Elige la meta adecuada.)
Y, si te suena difícil, céntrate en el primer requisito: que tu objetivo sea específico.
Sé específico con tus objetivos
Toma tu tiempo para decidir qué quieres y sé lo más específico posible. Así aumentarás tus probabilidades de éxito.
Esto lo sabemos. No es lo mismo decir “quiero adelgazar” que “quiero perder 2 kilos”.
La segunda manera de formular el objetivo da un mejor resultado.
Según un estudio (publicado en PLOS ONE), las personas que padecen depresión son más propensas a describir sus objetivos de manera abstracta, muy general.
Esto es: Quiero ser más feliz, llevar un estilo de vida más saludable, tener amigos (formulaciones de ese estilo).
El problema de plantearse así los objetivos es que no se sabe por dónde empezar ni hacia dónde ir, con lo que la motivación decae.
Es mucho más probable llegar a la meta que te has propuesto cuando trazas objetivos concretos, no tan vagos. Porque así tienes una idea más clara de las acciones que tendrás que realizar para conseguir esos objetivos.
Desde luego, no hay nada de malo en partir de un objetivo muy general. Por ejemplo: Quiero ser más feliz. Puedes empezar por ahí, hasta que llegues a los objetivos específicos que a ti te interesan.
En este ejemplo, podrías preguntarte: qué es la felicidad para ti; qué rasgos tiene una persona feliz; qué hace esa persona a diario…
Y así vas trasladando esas ideas a tu propia vida. Vas afinando, hasta que llegas a puntos concretos que a ti te harían más feliz, como:
- Quiero levantarme cada día a las 7 am.
- Quiero leerme un libro por semana.
- Quiero ayudarle a Pepe en la tienda un sábado de cada mes.
Cuanto más concreto seas, tanto mejor. Más fácil será saber qué es lo que tienes que hacer para conseguirlo.
De hecho, es una gran idea que agarres lápiz y papel para trazar un plan (paso por paso). Porque, a medida que lo escribes, va tomando forma en tu cabeza y mengua el estrés que puedas sentir.
Así, sí. Ya sabes por dónde empezar. ¿A que dan más ganas de moverse cuando tienes el camino claro?
Fuentes: Locke’s Goal Setting Theory, SMART Goals
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