Eres firme. Vas en serio. Te dices a ti mismo que no hay excusas ni obstáculos que puedan detenerte. Lo dependa de ti, lo harás sin vacilar.
Para llegar lejos en tu trabajo has de estar decidido a hacerlo, comprometido en el empeño.
También, en las relaciones personales. Tú solo no puedes construir una relación (que es cosa de dos). Pero tu parte sí la haces, porque deseas verdaderamente que funcione.
Lo mismo puede decirse de otros objetivos: Dejar de fumar, construir una maqueta gigantesca, remodelar la casa tú solito…
Otros no lo consiguen. Tú, sí. Porque deseas tanto lograr lo que te propones, que te vuelcas en ello. Si te equivocas, rectificas. Si caes, te levantas. Pero no abandonas. Es admirable.
La gracia es que todo eso, tan grandioso y espectacular, se deja ver también en los pequeños compromisos. Porque tus acciones están alineadas con la gran meta que tienes en la cabeza.
- Quedas con tu amigo a las seis en punto de la tarde. Ahí estás a esa hora, ¡como un clavo!
- Le dices que cuente contigo para hacerle un favor. ¡Y no le fallas!
- Prometes no contarle a nadie que está aprendiendo a tocar el fagot. ¡Y lo cumples!
Son pequeñas acciones que te has comprometido a realizar. Y en ellas se nota el gran propósito de hacer que esa amistad dure toda la vida.
En el trabajo y en cualquier otra área, ocurre lo mismo. Te comprometes con tareas o actividades que forman parte de un “compromiso grande”.
- Te comprometes a que HOY te levantarás a las siete.
- HOY vas dejar terminado el informe.
- HOY no vas a fumar.
- HOY vas a correr veinte minutos.
Estás totalmente determinado a hacerlo. No necesitas de palmaditas en la espalda ni de motivación adicional. Con tu decisión, sobra.
Eso es lo que explica que otros no logren lo que quieren y tú, sí: Te comprometes… y cumples.
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