Un esfuerzo baldío es aquel que no da fruto. Y, si poetizas un poquito, también podrías ponerle esta etiqueta a los bajísimos resultados que obtienes tras haberte dejado el alma en una misión.
Por suerte o por desgracia, todos sabemos qué significa esforzarse sin obtener frutos al haberlo experimentado en primera persona.
Ejemplos de esfuerzos que no dan frutos (o dan muy pocos)
Un empeño baldío es predicar en el desierto, hablarle a quien no tiene ganas de escucharte.
También lo es querer ayudar a quien no está dispuesto a cambiar, aunque “de boquilla” afirme lo contrario.
Pedir o rogar a quien tiene un corazón de piedra o a quien tu suerte le resbale suele ser otro esfuerzo vano.
Con frecuencia, un esfuerzo infructuoso es embarcarte en un objetivo sin tener un plan de ruta, aunque sea mínimo. Las probabilidades de descalabro son altísimas.
También puede serlo un abandono precipitado. Aquí, quién sabe si el esfuerzo hubiera dado frutos más adelante. Pero la falta de paciencia te ha privado de ellos.
Empezar una tarea o proyecto por todo lo alto, dejarlo tirado. Empezar otro, hacer lo mismo. Y sigue la cadena.
Esfuerzo baldío es preocuparte, alarmarte y dedicar demasiado tiempo a prevenir desastres que quizás nunca lleguen a producirse. Si bien tu imaginación los hace inminentes.
¿Mencionamos el perfeccionismo? Puede valer. El exceso de tiempo invertido en detalles que influyen mínimamente en el resultado, si es que influyen, es otro desperdicio de recursos.
Trabajar para que venga un parásito que se apropie de lo que has hecho y te prive de los frutos de tu esfuerzo… Otro más.
Esos son solo unos cuantos ejemplos. Tal vez tú conozcas esta frustración desde circunstancias distintas. Lo que no cambia es que es una experiencia muy conocida.
El esfuerzo rara vez queda sin frutos
Yo no soy fan de predicar en el desierto ni de esforzarme a tontas y a locas. Detesto poner mi empeño en misiones o tareas que no servirán para nada. Es la sensación más desmotivadora que conozco.
Pero es que suelen servir para algo importante: aprender de la experiencia.
Cuando te equivocas e inviertes tu esfuerzo en una aventura que no da los resultados que querías o, poniéndonos en lo peor, no da ningún resultado, siempre te queda una lección útil. No te vas con las manos vacías.
Por mucho que te duela haberte equivocado, haber puesto tu ilusión, tu tiempo o todo tu cariño a cambio de una bofetada, extraes de ahí un aprendizaje. Y, gracias a él, la oportunidad de hacer las cosas de un modo diferente de hoy en adelante.
¿Una propuesta?
Deja de lamentarte por el esfuerzo que invertiste. Da por bueno el pago por haber recibido esta lección tan cara. Y toma nota.
A veces aprendemos de manera dulce. Reímos, jugamos, nos mecemos con un viento favorable, cosechamos lo que sembramos…
Pero otras aprendemos de una manera que no nos gusta: con fracasos que duelen y errores que cuesta dejar atrás.
Realizar un esfuerzo baldío (o que tú consideras baldío) es una de esas experiencias. Solo una de las muchas gracias a las cuales aprenderás algo que te sirva.
Úsala. Y a ver cuál es la siguiente.
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