¿Hace frío en tu habitación? ¿Parece una nevera?
Cuando te sientes rechazado o excluido, percibes la temperatura de un modo diferente. Te parece que hace más frío.
También te apetecen más las bebidas calentitas cuando estás helado por dentro.
¿Qué me dices? ¿Tomamos un café?
El fenómeno que te comento fue ilustrado por la Universidad de Toronto en un par de experimentos, allá por 2008.
Pero también lo puedes encontrar en pinturas, en fotos, en canciones o en libros. Puedes observarlo en cualquier lugar donde la gente exprese cómo se siente.
Las sensaciones físicas van de la mano con tus emociones y tus sentimientos.
La falta de aprecio, la exclusión o el rechazo abierto hacen que te duela el pecho. Lo sientes físicamente. Y también sientes frío.
El dolor en el pecho va atenuándose, pero el frío se queda. Si sigues sintiéndote solo, te parecerá que no sales del invierno.
La cosa puede volverse más seria que percibir unos cuantos grados menos de temperatura o que te apetezcan bebidas calientes más seguido.
El otro día estaba leyendo la historia de una persona que describía sus sensaciones físicas tras mucho tiempo de soledad. Una serie de circunstancias la condujeron a un episodio muy duro.
Decía que, a pesar de cubrirse con mantas o de estar pegada al radiador, el frío y el dolor físico no se iban. Y era consciente de que el malestar se debía a la soledad y a su inhabilidad (en ese momento) de cambiar su situación.
Estar desconectado emocionalmente produce un dolor que hiela por dentro.
Y el frío solo termina de una manera. De esa que tú conoces y que, cuando llevas mucho tiempo solo, es la más difícil: con calor humano.
No cualquiera puede o quiere compartirlo contigo. Que quieran conocerte, que te escuchen o te acepten, no será llegar y besar el santo.
Pero puede pasar.
Comienza a pasar cuando tú te fijas en el invierno de otra persona y le dices que lo que siente no es tan raro.