Aunque muchos de nosotros nos esmeremos en ser buena gente, honestos y agradables, hay una realidad que hemos de aceptar: No le caeremos bien a todo el mundo.
Por tu autoestima, por tu felicidad y por tu propia cordura será bueno que lo asumas. Yo también lo hice.
El grupo de tus detractores puede ser más o menos amplio, pero ahí está. Es gente a la que no le has hecho mal alguno (que tú sepas). Simplemente, no te tragan.
Y el hecho de que les caigas mal no tiene que ver contigo. Es cosa de ellos mismos. Tiene que ver con sus valores, con su punto de vista, con su modo de entender la vida…
Llegas de nuevas a un sitio. Encuentras a unas cuantas personas. Y, ¡oh, sorpresa!, el mismo día y haciendo lo mismo, resulta que les caes bien a unas, fatal a otras y, al resto, le resbala que estés como que no estés.
Eso es natural, humano y no se puede evitar. Tu autoestima no puede estar comprometida por el hecho de agradarle a todo el mundo.
Prescinde de la expectativa y de la necesidad de ser universalmente aceptado. Libérate de esa presión. No sufras por eso. Tu felicidad no depende de que seas querido por todos.
En lugar de invertir toda tu energía en lograr la aprobación unánime de los que te rodean, inviértela en ser tú mismo. Y en las personas que te quieren por ser tú mismo. Es menos desgastante y mucho más saludable.
Perdona. No seré yo quien te diga qué es lo que tienes que hacer con tu tiempo, con tu energía ni con tus expectativas. Tan sólo comparto una de las lecciones más útiles que he aprendido. Aunque puede que tú la hayas asimilado hace tiempo, mucho antes que yo. 😀
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