Hablar mal de los demás es muy sencillo. Los errores resaltan rápidamente. Todos los cometemos a diario y encontramos a personas que los cometen. Es muy fácil encontrar errores que criticar.
Y no sólo errores. Cada uno de nosotros obra según sus valores y prioridades. Por lo que también resulta fácil encontrar a personas que toman decisiones distintas, basadas en sus propias convicciones.
Cuando esas decisiones no cuadran con nuestro punto de vista, también es fácil caer en la crítica.
Total, que el panorama se va plagando de quejas y cotilleos:
- Mi jefa es una explotadora.
- La vecina se viste como una mujer de la calle.
- El tipo ése es un “hijo de papá”, que no sabe en qué tirar el dinero.
¿Qué contribución positiva brindamos al mundo con comentarios así? ¿Y a nosotros nos sirve de algo?
Hace tiempo me propuse reunir en una entrada las ventajas del cotilleo. Encontré unas cuantas. Pero, con el tiempo, he ido descubriendo muchas más ventajas en lo contrario: En no hablar mal de otros, si no hay necesidad.
La crítica compulsiva es un hábito que, principalmente, fastidia a quien lo posee. ¿Por qué?
Aquí tienes cinco razones:
1. Porque, cuanto más crítico eres con otros, más crítico eres contigo mismo (y viceversa).
Las dos acciones suelen estar relacionadas. Quien está acostumbrado a señalar los fallos de otros, también es duro juzgándose a sí mismo cuando los comete. (Y viceversa.)
Por el contrario, para quien se muestra comprensivo y tolerante con las meteduras de pata ajenas, es más fácil ser compasivo con sus propios errores.
2. Porque rara vez la crítica destructiva induce a un cambio positivo.
Hablar mal de alguien, en la mayoría de los casos, no suele servir para que esa persona cambie. La consecuencia más directa es que a nosotros se nos vaya agriando el carácter cada día un poco más.
3. Porque es fácil llegar a una conclusión injusta.
A veces le colocamos una etiqueta a la persona que comete “el error”. No separamos la acción de quien la realiza: Pepe ES un vago. Dijo que iba a ir al gimnasio todos los días y nada de nada.
Pensamos que una persona es vaga, imprudente o idiota sólo por esa acción que no nos gustó que realizara. (Los psicólogos llaman a esto: Error fundamental de atribución.)
Pasamos por alto las razones que tuvo la persona para actuar como lo hizo y otras circunstancias que explicarían su comportamiento.
Los más tontos (con perdón) son los que se conforman con conclusiones rápidas, en lugar de pensar en otras posibles explicaciones.
4. Porque la crítica saca lo peor de ti mismo.
Quien critica se sitúa en un plano moral superior, dándose el derecho de señalar a otros. Así se siente mejor consigo mismo. Y, obviamente, esto le motiva a invertir más tiempo hablando pestes del prójimo.
¿Acaso no hay alternativas mejores para trabajar la autoestima y la confianza en uno mismo?
5. Porque hay mejores opciones donde emplear la energía.
Las hay y, probablemente, proporcionan más paz mental a quien las practica.
Por ejemplo, invertir ese tiempo en la lectura o en cocinar a dúo un pastel de manzana. Cualquier acción que no arroje al mundo más negatividad, es una mejor opción.
Por supuesto, todo lo anterior no invita a que nos importe un rábano lo que está bien y lo que está mal. Es el hábito de juzgar frecuentemente y a la ligera lo que nos está perjudicando, por las razones expuestas.
Personalmente, me gustaría hablar mal de otros lo menos posible. Ahora, cuando critico a alguien, me paro a pensar qué gano con ese comentario y he ido viendo que el esfuerzo no compensa.
Mi sugerencia, claro está, es que cada uno aplique lo que mejor le funcione. 🙂
Imagen de lawgeek