La información es un instrumento muy poderoso. Cuando se cierne sobre ti una situación de donde se derivan emociones y sentimientos que no sabes cómo manejar, buscar información sobre la misma te ayuda a ejercer un poquito de control sobre dicha situación y a distanciarte del dolor.
¿Eso es bueno? ¿Es malo?
Ni bueno ni malo. Es un mecanismo de defensa de los descritos por Freud, llamado intelectualización.
A los humanos nos gusta tener control sobre lo que nos rodea.
Y, cuando una situación se nos hace caótica, tanto como para disparar nuestra ansiedad, muchas personas recurrimos al aprendizaje para encontrar respuestas y ayudarnos a nosotros mismos a manejar el problema.
Por ejemplo, imagínate a una persona a quien diagnostican una enfermedad grave, a una persona maltratada o a alguien que, sin más, atraviesa una crisis donde confluyen sentimientos indeseables o muy intensos.
Esa persona busca, pregunta, investiga a fondo recopilando información relacionada con la situación que vive. Así consigue tirar de las riendas a esos sentimientos, para que no se desboquen.
Huye de la emoción y se refugia en la razón
Y, de paso, “traduce” la ansiedad, el estrés y todo lo que duele a una cosa que es mucho más fácil de manejar para él/ella: pensamientos, teorías, ideas…
En un momento dado, cualquiera puede actuar así. Pero hay personas que lo hacemos con más frecuencia que otras.
Sí, tengo que incluirme a mí misma. En mi caso, no recuerdo a nadie de mi entorno que me enseñara esta forma de evasión. Supongo que solita fui descubriendo que convertir los sentimientos agobiantes en palabras frías y manejables me daba poder sobre ellos.
En los ejemplos que he puesto antes, parece que la intelectualización no es un mal recurso, después de todo. El problema es que lo uses tanto que tiendas a racionalizarlo todo, eludiendo los sentimientos incómodos por sistema.
(No confundir intelectualización con racionalización, un mecanismo de defensa distinto.)
A veces, dependiendo de la situación, lo que necesitas no es conocer ideas lógicas y sensatas con las que abordar el problema, sino permitirte sentir eso que no quieres (aceptarlo), para aprender del propio sentimiento.
Por ejemplo: En lugar de intentar comprender porqué últimamente estás comiendo de más (que puede ser por una cuestión emocional incómoda de explorar), te pones a investigar entre dietas y páginas de ejercicios para bajar de peso.
De esa forma eludes el dolor, pero también el verdadero problema.
Pues, eso. Que hace falta tener muchas agallas para atreverse a sentir. Y más todavía cuando el dolor hace de maestro.