La persona que aprendió a describirse

¡Ya basta! Este post comienza con un puñetazo en la mesa. Ése que dieron muchas personas que, ya desde la escuela, tuvieron que soportar calificativos crueles por parte de sus semejantes.

¡Ya basta! Dice esa persona a quien llamaron: fea, gorda, cuatro ojos, pardillo, soso, raro, maricón… o lindezas similares.

¡Ya basta! Dice quien creció recibiendo burlas y desprecios; preguntándose a qué venía esa crueldad y sintiéndose mal consigo mismo, herido en el alma.

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Tras un tiempo creyendo que merecía ese trato y que esas palabras eran las que mejor le definían, decidió rebelarse.

Las palabras se eligen. Se eligen las que uno dice y también aquéllas que se desea guardar en el corazón. Y, desde ese momento, tomó la resolución de hacer limpieza.

Así, desterró lo que no servía: gordo, raro, tonto… ¿Para qué iba a guardar las palabras que cuatro borregos aburridos le espetaban sólo para sentirse importantes?

Para, después, escribir un nuevo diccionario, donde figurasen palabras que le retrataban mejor: trabajador, noble, sensible, despistado… Sí, también incluyó defectos, ¿por qué no?

Aunque sus palabras no eran como esas etiquetas pegajosas que le costó tanto despegarse.

Sus palabras eran curativas, amables y abiertas. De modo que si mañana decidía incorporar unas nuevas o retirar parte del diccionario, podía hacerlo.

Se liberó de las descalificaciones. Se liberó de la rigidez de las etiquetas inamovibles. Y empezó a describirse como realmente quería, con las palabras elegidas por él/ella (no por otros).

Pero la mejor parte de esta historia, que puede ser la de cualquiera de nosotros, es que gracias a lo que aprendió con esta experiencia (dura, en sus inicios), también decidió comportarse de esta manera con los demás.

Sin descalificarlos. Sin etiquetarlos. Empleando también palabras curativas, amables y abiertas para esas personas que le importaban.

Y se propuso sustituir los insultos que alguna vez tuviera ganas de dirigirle a quienes le hicieran la vida difícil por un silencio que hablara por sí mismo.

Una historia que, a buen seguro, muchas personas están viviendo desde que decidieron dejar atrás ciertas palabras agrias del pasado.


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