Duro de encajar, pero ahí está. Definitivamente, la vida no es justa.
Y no sólo es que haya un desequilibrio desde el momento en que nacemos. También lo hay en las cosas que nos suceden a lo largo de nuestra historia.
Nos encontramos a gente buena acosada por calamidades y a malvados que salen de rositas de sus fechorías.
Podemos indignarnos y exclamar: ¡No es justo!
Pero al final habremos de asumirlo y aprender a vivir con ello.
La vida no seguirá el guión de comedia desenfadada de final feliz que nosotros hubiéramos escrito. No siempre responderá a nuestras expectativas.
Si no nos despegamos del “No es justo”, sufriremos incontables decepciones en el camino. La gente no va a comportarse como nosotros esperamos que lo haga. Sucederán cosas inesperadas y desagradables.
Y, pese a que de la impresión de que aceptar que la vida no es justa sabe a derrotismo, en realidad supone fortaleza.
Se necesita ser fuerte para aceptar la realidad tal cual es y, a pesar de todo, seguir adelante.
En lugar de esperar que esperar que la vida discurra de un modo determinado, podemos comenzar por comportarnos nosotros de un modo justo y por hacer nuestra parte lo mejor posible, cada día.
Imagen de Saint Huck