Recopilemos malos hábitos al hablar. ¿Tienes tú alguno?
En otras ocasiones nos hemos ocupado del contenido del mensaje. Y hoy vamos a hablar de técnica.
El objetivo es identificar algún mal hábito que esté presente en tus conversaciones o en las mías. Percatarnos de él será beneficioso.
¿Por qué?
No faltarán ocasiones en las que necesitemos proyectar seguridad y precisión, o en las que queramos causar una buena impresión. Ejemplos: una cita, una entrevista de trabajo o una exposición en público.
Por eso, la propuesta es entrenarnos en las conversaciones cotidianas para eliminar o atenuar hábitos que podrían jugar en nuestra contra en esas ocasiones especiales.
Recuerda que un hábito es una acción que se ejecuta mecánicamente, sin pensar. En situaciones sociales donde estamos un poco nerviosos, podría “dispararse” por sí solo. Y eso no nos conviene.
Piensa en una cita o en una situación delicada del estilo y verás que estos hábitos inocentes sí pueden ser “malos”.
Si no tienes ganas de leerlos todos, aquí tienes un índice para que identifiques al más “sospechoso” en tu caso.
Pequeño compendio de malos hábitos al hablar
1. Mantener un contacto ocular inadecuado
El tiempo en el que miras a tu interlocutor a los ojos y la intensidad de tu mirada varían de una situación a otra y de lo que quieras comunicar.
Por lo pronto, nos vamos a quedar con que los extremos perjudican.
- Si no existe una relación muy cercana, suele ser incómodo para tu interlocutor que fijes tus ojos en los de él/ella como un taladro.
- Y, si no miras apenas a los ojos, puedes transmitirle a tu interlocutor desinterés o incluso arrogancia.
2. Usar expresiones malsonantes o inapropiadas
¿Acostumbras a usar malas palabras (de esas que ni salen en el diccionario) a cada instante? Si es así, podrías plantearte reducirlas, para que no se te “escaparan” por accidente en el momento menos apropiado.
Una “palabrota” no asusta a nadie. Pero, si percutes varias por minuto, es otro cantar. A quien no tiene ese hábito, puede no serle agradable.
Lo mismo, si abusas de expresiones que están mal vistas, por gramaticalmente correctas que sean.
Un ejemplo: “Yo y mi hermana fuimos de compras.” Al menos en esta cultura, no está bien visto que en una frase “Yo” vaya delante de “mi hermana”.
3. Abusar de sonidos “de relleno”
Estoooo… Eeeehh… Mmmm…
Tienen una gran utilidad porque “compran tiempo” para que pienses tu respuesta. Y también denotan tu interés en contestar cuanto antes a tu interlocutor.
En las conversaciones cotidianas, este hábito tiene poca trascendencia. Pero, si es muy recurrente, puedes “salirte solo” el día en el que hables a un público o a una persona a quien intentas convencer de tu mensaje.
Mucho “Eeeehhh” resta firmeza y convicción. Podrías reducir estos rellenos practicando:
- Para.
- Piensa la respuesta (sin sonido “Mmmm”).
- Y contestas.
4. Repetir palabras al inicio o al final (“coletillas”)
Lo mismo del hábito anterior podemos decir de este. Fíjate en si sueles repetir ciertas palabras o expresiones al inicio o al final de las frases.
- “Es decir…”
- “Creo que…”
- “… ya sabes.”
- “… tío.”
No pasa nada por usar esas expresiones. Lo “malo” es usarlas continuamente.
En el ejemplo de la entrevista de trabajo, resta convicción y transmites escasa confianza cuando repites mucho “Creo que…”
5. Terminar las frases en tono de interrogación
Este hábito no cuenta si así es como se habla en tu comunidad o ese es tu acento. Pero, si no es el caso, también es uno de esos que resta convicción.
Parece que estás preguntando (dudando) en lugar de afirmando con seguridad. Piensa, por ejemplo, en una reunión de trabajo donde quieras explicar tus ideas. Ahí te conviene transmitir que confías en ellas.
6. Elevar el tono de voz
En mi tierra es costumbre hablar “fuerte”. Mucho más “fuerte” a niños pequeños o a personas que no conocen bien el idioma.
Supongo que es porque se transmite energía, buen humor… u otras tantas cosas buenas. Pero los forasteros o la gente que no está acostumbrada a este estilo no piensan así.
No le ven ventaja a que les hablen como si hubieran perdido el audífono o como si no fueran capaces de enterarse del mensaje si no es gritando. Además, a algunos les resulta un pelín agresivo.
En conversaciones formales este hábito también es una desventaja. La gente más instruida suele hablar en un tono moderado. Elevar mucho el tono de voz denota falta de educación.
7. Hablar muy bajito
Hablar muy bajito (como si estuvieras rezando) o con muy poca energía también transmite inseguridad o, incluso, desinterés.
8. Hablar rápido y sin dejar pausas
Esto es un poquito cansado en las conversaciones cotidianas, sobre todo cuando eres el interlocutor.
Qué poquito ni nada… Es agotador seguirle el hilo a una persona que da tanta información y que enlaza una cuestión con otra prácticamente sin respirar.
Si tienes este hábito, en una conversación formal transmites nerviosismo.
Incluso cuando dispongas de un tiempo limitado para exponer tus ideas, es conveniente que insertes pausas entre los puntos que menciones (un par de segunditos, aunque sea).
Así no abrumas al interlocutor y le das espacio para que procese lo que has dicho.
9. Hablar demasiado lento
El hábito opuesto del anterior tampoco es recomendable. Hablar muy lento denota indecisión o falta de energía.
Esa parsimonia es probable que aburra al interlocutor. O incluso que lo desespere. Porque en nuestra cultura valoramos que la gente sea rápida y vaya al grano con lo que tenga que decir.
Si este o los anteriores forman parte de tus hábitos, puedes ensayar el ritmo, el tono y la intensidad del discurso por tu cuenta.
Grábate mientras hablas naturalmente. O, si así no te sale, practica leyendo en voz alta. (Son ideas.)
10. Interrumpir o acabar las frases del interlocutor
Transmite falta de paciencia. No da una grata impresión, a menos que hayas sufrido un flechazo y estés en un mágico momento de conexión con la persona de tus desvelos.
Si este es uno de tus malos hábitos al hablar, ¡enhorabuena! Al proponerte escuchar sin prisas, también estarás entrenando la paciencia. Gloriosa virtud.
11. Realizar gestos distractores
Gestos como:
- arreglarte el pelo o la ropa mientras hablas,
- tocarte mucho la cara,
- morderte continuamente los labios,
- juguetear con el boli o con las llaves.
Tu interlocutor puede distraerse con ellos y prestarles más atención que a tu mensaje. Para ligar, gestos así quizás no estorben demasiado. Pero sí lo hacen en una entrevista de trabajo o un examen.
¿Soluciones? Podrías ensayar la situación comprometida antes. También, acudir a tus remedios preferidos para relajarte. Un truquillo es hacer una buena sesión de ejercicio físico un par de horas antes del evento.
Claro que eso son parches. Si la situación lo requiere, quizás te interese apuntarte a un taller donde se aprenda a hablar en público. Y, desde luego, convertir en hábitos cotidianos esas prácticas para relajarte.
12. Distraerte durante la conversación
Tú y yo nos reunimos para hablar de un proyecto común. ¿Qué pensarías si, durante esa reunión, interrumpo la conversación varias veces para mirar o atender el teléfono?
– ¿Me decías?
No creo que te guste que deje de prestarte atención a ti, pudiendo mirar el móvil más tarde.
Quien dice el móvil, dice garabatear, mirar al vacío o caer en el influjo hipnótico de la tele. Cualquier distracción.
Si te cuesta prestar atención en tus conversaciones cotidianas, ensaya. Elimina o reduce distracciones, para no caer en ellas cuando estés hablando con gente que no conoces.
¿Qué te parece?
Seguramente, a la mayoría nos vendría bien quitar, pulir o cambiar unos cuantos malos hábitos al hablar para transmitir con firmeza y claridad nuestro mensaje en ocasiones especiales.
Estas cosas se entrenan, se aprenden, y durante toda la vida las estamos mejorando.
¿Quieres regalarte alguna de estas mejoras?