Motivarnos a nosotros mismos (la automotivación) puede ser sencillo.
Más complicado es mantener esa motivación en el tiempo, pero contamos con una ventaja: conocemos “qué nos mueve”; cuáles son nuestros valores, nuestros gustos, nuestros objetivos…
Cuando queremos motivar a otra persona, ¿desde qué punto de vista lo hacemos?
¿Asumimos que nuestros valores e intereses harían feliz también a la otra persona?
¿La hacemos pensar como nosotros para que vea lo que le conviene?
Ése es el error. Para motivar a alguien hay que ponerse en sus zapatos.
Hacer lo contrario sería condicionar o manipular a una persona para que adopte nuestras ideas y de ahí saque la fuerza para avanzar.
¿Es que nuestra forma de pensar es la mejor?
Para nosotros, sí. Y está bien que así sea.
Nosotros decidimos qué es prioritario en nuestra vida en base a nuestros valores. Decidimos qué vale más: ganar o participar; el tiempo de ocio o la excelencia en el trabajo; la pasión o la contención, etc.
Nuestras elecciones dependen de esas prioridades. Cualquier cosa que elijamos que esté de acuerdo con nuestros valores va a beneficiarnos, pero no tiene porqué hacerlo con otra persona que tenga valores distintos.
Si, por ejemplo, yo le digo a alguien que luche por un ascenso en su trabajo para disfrutar en un futuro de un mejor status, puede no funcionar si para esa persona lo prioritario es su familia, el tiempo que pueda pasar con ella, y, en un segundo plano, los beneficios sociolaborales.
Por lo tanto, el primer paso para motivar a una persona es identificar cuáles son sus valores, que pueden ser opuestos a los nuestros. Y, en lugar de intentar motivarla llevándola a nuestro terreno, ponernos en el suyo.
Un buen ejercicio de empatía, ¿no crees?
Imagen de Denis Defreyne