Qué hermosa es esa mirada que evoca el cielo y las aguas transparentes… ¿Por qué me tocó a mí tener los ojos marrones y no de ese azul tan poético y seductor?
Por la única razón de que no desciendo de esa persona que nació en el Neolítico con los ojos despigmentados (lo que podría considerarse un defecto en algunas zonas geográficas, pero un defecto muy bonito). [Fuente]
¡Caray! Una sola persona de la que descienden 150 millones de humanos con el iris preciosamente desteñido… ¡y yo no estoy entre ellos!
¡Qué tonta me parece esa criatura de ojos azules que se queja de que tiene poco pelo! Yo cambiaría mi melenaza por una mirada como la suya.
¿Y dice que tiene granos? Yo no. Pero, ¿quién se fijaría en los granos con esos focos que tiene por ojos?
¿También se queja de que tiene los pies planos? Ya es vicio. Nadie se fija en eso.
¿Las piernas demasiado delgadas? ¿Para qué las quiere más gordas?
¿Cómo? ¿Que también dice que tiene las orejas tan grandes que se le balancean al caminar? Nada que no tenga solución con un buen bisturí.
Cambiaría mi frondosa mata de pelo, mi tez lisa, mis pies con sus arcos bien puestos, mis piernas torneadas y mis orejitas perfectamente esculpidas por tener unos ojos tan azules.
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Por supuesto, amigo. Lo anterior es una dramatización, pero no se despega demasiado de la realidad. Estamos tan acostumbrados a lo bello que hay en nuestro cuerpo, que sólo prestamos atención a lo que nos falta dándole un valor excesivo.
¿Por qué no mirar con cariño y gratitud a nuestro cuerpo?
Tanto tú como yo tenemos nuestras «bellezas» o encantadores defectos. ¿Qué hace falta para que podamos vernos a nosotros mismos con esa admiración con la que contemplamos a otros?
Sólo una cosa: Proponérselo. Aprende a gustarte. 😉
Imagen de Look Into My Eyes