Gracias a los números, mides objetivamente aquello que se puede medir y extraes conclusiones rápidas sobre tu progreso.
Te propones ahorrar una cantidad de dinero al mes, 10 euritos, por ejemplo. El último día del año abres la alcancía y te encuentras con 120. ¡Oh, qué bien!
Está claro que has progresado. Lo mismo, con cualquier otra cosa que midas: tus gastos, los centímetros que creciste o que redujiste, el número de viajes que hiciste, etc.
Pero los números no cuentan toda la historia. No dicen todo lo que hubo detrás de ese progreso. No cuentan con la misma precisión cómo viviste cada paso; no dicen si te sentías feliz, cansado o harto cuando llegaste al número que tú querías.
Sólo son un dato final. Un resumen de lo que es fácilmente medible.
Sería un error, por tanto, extraer conclusiones acerca de lo que los números no pueden medir: la satisfacción personal, la tranquilidad, la conexión con otros, etc.
¿Por qué lo haces, entonces? Y, peor todavía, ¿por qué comparas tus números con los números de otros?
Es una tentación hacerlo. Hay cosas muy fáciles de medir:
- Los metros cuadrados que tiene tu casa.
- El número de amigos en Facebook.
- El dinero que ganas a fin de mes.
- Etc.
Son cifras que despiertan admiración. Pero que no hacen referencia a ese tipo de cosas que no se pueden medir numéricamente. Y que a muchos de nosotros son las que más nos importan:
- ¿Cómo de feliz eres?
- ¿Te sientes amado? ¿Cuánto?
- ¿Cómo es tu vida de interesante?
Que una cosa no pueda cuantificarse no quiere decir que no sea importante, ¿no te parece?
Conclusión: No atribuyamos a los números más información de la que dan. Las cifras no cuentan toda la historia. Quizás la parte más importante y la que de veras nos interesa es ésa que no se puede medir con números.
Imagen de johnwilliamsphd