Piensa en lo que has hecho durante las últimas 24 horas. ¿Qué ha predominado en ellas: lo que podías hacer (e hiciste) o lo que tenías que hacer?
A muchas personas les mueve la obligación. Tal vez, a la mayoría. Ya sea en lo personal o en lo profesional, cumplen con sus misiones cotidianas siguiendo las reglas.
Madrugan, trabajan, se relacionan… Eso es lo que se supone que tienen que hacer. Y eso es lo que hacen.
Llevado al extremo es poco motivador: Te encajonas en la obligación y vives en automático, haciendo cada día lo de siempre. ¿Por qué? Porque hay que hacerlo.
Sin embargo, aunque no nos paremos a pensarlo, cada una de esas obligaciones son oportunidades que estamos aprovechando (o no). Ser conscientes de eso, en mi opinión, tiene dos ventajas muy obvias:
1. Te responsabilizas de tus acciones. Nadie está detrás de ti para que te laves los dientes, por ejemplo, o para que vayas a trabajar. Eres tú, quien por los motivos que sea, eliges lo que quieres hacer.
2. Eres más consciente de lo positivo. No vas a trabajar sólo porque tengas que hacerlo. Eso es lo superficial, lo automático. Vas a trabajar (o a hacer tus actividades habituales) porque con eso que haces estás construyendo tu futuro.
Naturalmente, sería agotador estar al tanto de las oportunidades que se nos presentan cada día. Son demasiadas. Y unas están más conectadas con nuestros grandes objetivos que otras.
- Si te pones la obligación de guardar 20 euros al mes, quiere decir que aprovechas la oportunidad que tienes hoy para quedarte más cerca de la cantidad que quieres ahorrar.
- Si recoges los platos de la mesa después de comer, también lo puedes interpretar como la oportunidad que tienes hoy de quitarle un poco de trabajo a tu “yo de mañana”, para que esté más descansado.
No obstante, ahí queda como recurso motivador para cuando te sientas desganado: Mira la oportunidad que se esconde detrás de lo que haces. La obligación no es lo único que nos mueve, ¿o sí?