El otoño siempre ha sido una estación difícil para mí. La más dura de las cuatro. Más que el invierno, al que es fácil encontrarle el lado amable considerándolo la antesala de la primavera.
Llegando el otoño, los días de calor y de sol brillante languidecen. Antes de darte cuenta, los árboles comienzan a desnudarse y las hojas muertas bailan entre la lluvia y la ventisca.
Qué visión tan triste deja el otoño
Con el tiempo, he hecho mis progresos. El otoño ya no me es tan antipático. Aunque todavía me falta por superar la idea de que esta estación es el lapso de duro esfuerzo que conecta el relajante verano con la alocada Navidad.
Y pasa pronto, ¿eh? Apenas nos acostumbramos a la manga larga, ya comienzan los escaparates a lucir su decoración navideña.
Supongo que eso mismo pensaría también en este otoño. Me invitaría a verle su encanto, a pesar del trabajo, de las lluvias, del frío, etc.
Pero ocurre que he sido sorprendida por un otoño distinto. Uno que, probablemente, me ayude a reconciliarme para siempre con esta estación naranja. Un otoño en el que no necesito animarme, porque ya estoy animada.
Qué ironía. En otoño, si no surgen complicaciones, comenzará mi curación; iré recobrando la salud que no me ha acompañado en las dos alegres estaciones anteriores.
En este otoño distinto, los árboles desnudarán sus ramas para hacer sitio a la nueva vida. El viento arremolinará las tristezas del verano y la lluvia aplacará la sed de la tierra.
Quién me iba a contar que encontraría tan alegre el otoño…
Que afuera llueva o haga frío, no es impedimento para que acontezcan sucesos que te iluminen por dentro. A ver cuáles son para ti…
Dedico la entrada a quienes ven complicado hacer las paces con el otoño. Quizás, para alguno de ellos puede que éste también sea un otoño distinto. ¡A vivirlo, pues! 😉
Imagen de Eduardo Amorim y arcreyes [-ratamahatta-]