Un pequeño error provoca estrés o inseguridad cuando te lo tomas en serio.
Pero, ¿por qué tienes que tomarlo en serio? Aquí no ha pasado nada.
Errores que importan y errores que no importan
Las cosas tienen la importancia que tú les quieres dar. Un error es importante cuando tú decides que lo es.
Decides que un error es importante por sus consecuencias a largo plazo. El precio a pagar será alto si lo ignoras, si lo niegas, si no lo enmiendas o si no aprendes de él.
Pero todos los errores que vas a cometer hoy no van a ser así de trascendentes. Habrá alguno que no merezca tensión ni preocupación por tu parte. Sus consecuencias no irán más allá de la molestia del momento.
Te despistas en una conversación casual, por ejemplo. Dices tal estupidez, que en menos de un segundo estás deseando que se te trague la tierra.
– ¿Qué he dicho? ¿Por qué soy tan idiota? ¿Qué va a pensar de mí? (ETC.)
Pongamos que conversas con una persona que tiene buena voluntad y dos dedos de frente, una de esas que aceptan que todos nos equivocamos con frecuencia. Entiende la situación y no te hace sangre. Aquí no ha pasado nada.
¿Y si conversas con una persona que es lo opuesto a esa?
Dices la inoportuna estupidez del día enfrente de alguien que te tiene mala voluntad. O es una persona tan débil e insegura, que aprovecha el herror más nimio que cometas para corregirte o aplastarte.
Igual. Aquí no ha pasado nada.
Cuando engordar el error es un error
Tras percatarte de tu patochada en la conversación, decides no entrar en pánico y haces una evaluación rápida.
¡Oh, vaya! Resulta que sí conversas con la persona que no deja pasar una. Y ya tiene el martillo preparado para darte un golpe de humillación. La emprende a risotadas, recalcándote lo idiota que eres.
Entonces, decides no darle importancia al error. Es una conversación de esas que no van a impactar en tu futuro.
Así que te ríes tú también o dices una chorrada más grande todavía. Sales del momento con sentido del humor, aunque por dentro estés incómodo.
Y con eso consigues dos cosas: hacer el momento menos tenso para ti y anular el golpe de ese interlocutor.
No está mal, ¿eh?
Aquí no ha pasado nada
Si le hubieras dado importancia a tu metedura de pata, habrías cargado con la tensión más tiempo. Y el del martillo también vería prolongarse su alegría, al saborear el mal rato que pasaste.
Pero le quitaste importancia al error.
Fue solo una piedrecita molesta de esas que pisas en el camino. Quedó atrás rápidamente, con lo que pudiste dedicar más energía a otros menesteres de hoy, a misiones y conversaciones que sí te importan.
Otras entradas:
- Hasta el mejor escribano echa un borrón.
- Cómo reírte de aquella vez que metiste la pata en público.
- Cuando te preguntas: ¿por qué dije aquella tontería?
Gracias por venir.