El ritmo de tus pensamientos suele parecerse al ritmo al que ejecutas las acciones muchas veces. Otras, no. Pensamientos y acciones van a ritmos diferentes.
Observa tus movimientos para decidir qué estado quieres favorecer.
Cuando te mueves rápido
Hace un tiempo escribí esta entrada: Cuanto más corres, más te estresas.
Un estudio decía que un ritmo vertiginoso por fuera también te aceleraba por dentro. Y, sí, esto lo has vivido.
– ¡Corre, que es tarde!
– ¿Otra vez? ¡Noooo…!
Yo también lo he vivido, pero no siempre para mal.
He pasado por dinámicas estupendas: piensas, ejecutas. A más que actúas, más cosas se te ocurren. Y te vas moviendo a un ritmo alegre.
¿La diferencia entre una y otra? El tipo de estrés. En una dinámica estás agobiado y en la otra, motivado.
Cuando te mueves despacio
Esto también lo conoces, tanto el lado bueno como el lado malo.
El malo es ese en el que te las ves con la desmotivación, el cansancio o lo que sea que instaure una parsimonia interna indeseable. Piensas en hacer poco, haces poco. Y la tendencia se mantiene.
Es un estado de lentitud poco feliz. Contrasta con ese en el que estás de vacaciones, por ejemplo. Te mueves y ejecutas lentamente, experimentando una calma muy agradable.
Un mejor ejemplo es cuando estás metido en una actividad que te relaja (por fuera y por dentro), ya que las vacaciones no son relajantes para todo el mundo.
Cuando piensas rápido y ejecutas lento
Ahora mismo está en mi mente la parte mala de esta dinámica, que es la que me ha llevado a escribir el post de hoy.
No dudo que pensar rápido y ejecutar lento pueda tener su parte buena.
Por ejemplo, cuando atas cabos rápidamente en una conversación. Piensas deprisa, pero eres lento a la hora de pronunciarte.
El estrés (malo) es el que estropea el asunto. Mira esas veces en las que se te amontonan en la cabeza las preocupaciones, los pendientes, las acciones que “deberías” estar ejecutando.
Zigzagueas entre un pensamiento y otro, como una bola de pinball. Y la confusión y el caos interno se traducen en poca acción. O en acciones poco efectivas.
Cuando piensas lento y ejecutas rápido
También esta dinámica puede ser mala o buena. Es mala, por ejemplo, cuando te piensas bien un asunto, porque tienes tus dudas. Y, cuando decides lanzarte, ha pasado tu oportunidad.
Aunque yo le he conocido más la parte buena. Como esos días en los que pienso qué voy a escribir, feliz y con calma. Me siento aquí y, de tan claras que tengo las ideas, los dedos se mueven muy rápido.
Esta dinámica me encanta: calma por dentro y agilidad por fuera.
¿Cómo es para ti?
Obsérvalo. Aprovéchalo. Y, sea la que sea en la que estés ahora, mantén a raya el elemento que las estropea: el estrés.
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