Recuerdo que el otro día iba caminando por el campo y me encontré un bicho. El bicho no era más que un grillo, pero me llamó la atención.
Me paré a pensar en lo sencillas que son las cosas y en lo complejas que las hacemos…
El grillo empezó a chillar y decidí irme.
Poco después me encontré una hoja. Una hoja preciosa y que, seamos francos, ya tenía que tener algo especial para llamar mi atención. Le di la vuelta y me encontré un caracol.
Estuve pensando un buen rato en el caracol. Los caracoles en realidad son babosas con cáscara… Lo tomé en la mano y chilló.
Por ello decidí seguir mi camino y encontrar otra cosa que me ofreciese algo mejor que un grillo y un caracol.
En esta ocasión encontré un minúsculo cactus. Lo toqué y el que chilló fui yo. Así que seguí mi camino, a ver si el campo me deparaba algo mejor.
Empezaba a anochecer y ya estaba triste, por tan sólo encontrar un grillo y un caracol que me chillaban en una hoja, además de un cactus que me hizo chillar a mí.
Y empecé a darle vueltas al asunto. Tantas, que me fijé en una piedra que tenía justo enfrente mientras estaba sentado viendo la puesta de sol.
– Una piedra no puede chillar ni, en principio, hacerme chillar a mí.
Pues bueno, acabé dándole más importancia a la piedra.
Pero cuando quise que esa piedra me diese algo, me contase algo o participase conmigo, la piedra no hacía nada; ni chillaba, ni me hacía chillar… Empecé a preocuparme.
El caso es que al final abandoné la piedra y seguí buscando a ver qué encontraba, que no chillase, que no me hiciese chillar y que me ofreciese algo más que una piedra.
No paraba de acordarme del grillo, del caracol y del cactus, pero no me habían solucionado nada. Y la piedra, menos todavía, por lo que tenía que seguir buscando.
Andando me encontré una liebre e intenté acercarme a ella para ver qué podía ofrecerme… Corrí y corrí, pero no la alcancé. Al final acabé como empecé y metí a la liebre en el mismo saco que al cactus, la piedra, el caracol y el grillo.
Viendo que no conseguía solucionar nada, decidí volver a casa porque ya era tarde. Mientras volvía, vi de nuevo a la liebre que escapaba.
Seguí caminando y volví a encontrarme con la piedra. No sé porqué, opté por cogerla y guardarla en mi bolsillo.
Más adelante aparecieron de nuevo el cactus (que no me lo guardé), el caracol en su hoja y el grillo… – “Nada nuevo”, pensé.
Cuando llegué a casa, me sentía derrotado por no haber conseguido encontrar lo que estaba buscando. Pero de repente recordé la piedra que guardaba en mi bolsillo, la saqué y la puse sobre la mesa.
Al día siguiente volví a levantarme y me dispuse a arreglarme para salir. Antes de abrir la puerta miré la mesa, pero no encontré mi piedra.
Estuve buscando durante horas, pero no hubo manera… Intentar encontrarla me llevó horas… Tantas, que perdí el día entero en intentar averiguar dónde se encontraba…
Ese día no vi al grillo, no vi al caracol, no vi al cactus, no vi a la liebre ni vi mi piedra.
ESCRITO POR JMV. Imagen de Hugo Quintero
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