Ser vago y sedentario a la vez es una combinación fatal: para la salud, para la productividad, para la paciencia de quienes están alrededor, etc.
Vamos a ver porqué en esta entrada.
Cuando un vago es inteligente, puede sacarle partido a la pereza para organizarse mejor, como vimos.
Esto es: Eliminando el exceso de tareas, delegando, terminando pronto con las obligaciones para irse a descansar, prestando atención a lo que hace para no tener que repetirlo, etc.
Ahí es cuando el vago recicla su pereza y la transforma en eficiencia.
Pero, aun siendo productivo, el perezoso tiene un fantasma planeando sobre él: el sedentarismo.
La tendencia a ahorrar energía física, propia del vago, puede salirle cara, si no practica también algo de sentido común.
El vago se juega la salud
El descanso es salud, pero el sedentarismo no lo es.
Si el vago no realiza apenas actividad física, su organismo se deteriora como si estuviera enganchado al tabaco, aunque no lo esté.
¿Te imaginas si además fuma, pasa frente a la tele 4 ó 5 horas al día y acompaña todo eso con comida basura?
No se trata de que el vago se machaque en el gimnasio dos horas cada día. Pero un paseíto de 20 minutos sí es razonable; o hacer tareas de la casa; o adoptar pequeñas costumbres para moverse un poco más y, de paso, ahorrar en otros sentidos…
Ser vago tiene un precio
El vago que pretende ahorrar energía física y, además, es presumido, no tiene más remedio que aflojar la cartera.
No hace ejercicio habitualmente ni se mueve más de lo imprescindible, pero quiere tener una figura atractiva. Entonces, a no ser que tenga la configuración genética ideal, gastará dinero en píldoras, dietistas, lipoesculturas y otros tratamientos.
Bueno está, si se lo puede permitir. Pero el «mantenimiento de la figura» no es el único gasto. El sedentarismo también pasa factura a la economía doméstica.
Por ejemplo: A ver porqué el vago compra algo en una tienda, sabiendo que hay otra un poco más lejos donde lo venden más barato.
O a ver porqué el vago se empeña en ir en coche a sitios donde podría llegar caminando en un ratito.
O a ver porqué pierde dos horas dando vueltas buscando aparcamiento, en lugar de dejar el coche un poco más alejado y hacer un tramo a pie.
¡Al precio que está la gasolina!
Está bien. Lo mismo es un vago pudiente. Pero, ¿y en las relaciones?
El vago puede caer mal, muy mal
La vagancia causa estragos en todo tipo de relaciones, hasta en el trabajo y los estudios.
Cuando, por ejemplo, se une un grupo para trabajar en algo y el vago se escaquea cargándole su parte al resto, a ver a quién le apetece contar con él en la próxima ocasión que se presente.
El vago habrá ahorrado en energía todo lo que ha perdido en reputación.
¿Y con familia y amigos? Convivir con un vago no es sencillo, porque conoce cientos de excusas para proteger su modo de vida.
Ahí lo tienes, en el sofá viendo la tele. Tú vas preparando la cena y le preguntas que si te puede ayudar a poner la mesa. Hace como que no te oye o te dice: «Ya voy«… sin que llegue a dar señales de vida.
Eso, por poner un ejemplo, de los tantísimos que caben en la convivencia diaria y que tú conoces.
Una vez más, el vago prefiere el sedentarismo cómodo a mostrarse generoso con sus seres queridos y responsable.
Pues bien, aquí tampoco gasta energía física, pero sí desgasta sus relaciones.
Moraleja: Cuando eres vago y no te mueves, pierdes salud, pierdes dinero y pones a prueba el aguante de quienes te conocen.
Imagen de alternakive