A ti te puede parecer que el problema es que eres lento contando tus historias o terminando tus tareas, cuando el problema es que no les gustas.
A la gente que tienes al lado no les gusta “eso” de ti. (Piensa en lo que quieras. Todos tenemos cualidades poco aplaudidas.)
Para resolver un problema de manera efectiva, cuanto más claro se tenga, mejor. En este caso, estamos ante dos problemas distintos:
- que vayas muy despacio
- o que a tu gente no le guste que vayas así de despacio.
No gustar tanto como nos gustaría gustar
El otro día me encontré de nuevo con ese problema. Todos pasamos o hemos pasado por él.
Intercambiaba ideas sobre productividad con una persona. Y llegamos a que él ya está acostumbrado a ser “así” (a ir despacio, en su caso). El problema real es que la gente que le rodea se burla de él.
Ese es un problema distinto.
Que no les gustes o que te rechacen es distinto a ser lento, a pasarte de despistada o a no saber qué ropa elegir cuando quieres comprar, por ejemplo.
Imagina que esos problemas solo te conciernen a ti. Pensemos que es el caso.
Te causan complicaciones, retrasos, dolores de cabeza. Si los quieres resolver, no es porque la gente de tu entorno te instigue diciéndote lo desastre que eres.
Quieres resolverlos para gustarte tú, para ganar en eficiencia o en bienestar.
Y puedes entrenarte o cambiar con éxito. O, si hay poco margen para cambiar, puedes adaptarte y aprender a vivir con tu peculiaridad, la que sea.
Misión concluida.
Pero, si el problema es que no les gustas, tal vez eso no sea suficiente. O no sea la mejor manera de abordar el asunto.
¿Cambiar tú es la solución?
Lo has escuchado o leído muchas veces: la persona a quien es más importante gustarle eres tú mismo. Cuando tú te gustas, el resto va colocándose en su lugar.
Pero llegar a esa meta es difícil. Más aun en estos tiempos, cuando son tan numerosos los mensajes que empujan a que cambies (ejem, ejem… a que compres). Porque así, como estás, no puedes gustarle a nadie.
Aunque, ¡ojo! El cambio puede ser una buena invitación. Los demás no son siempre “los malos”.
- Tal vez con tu lentitud estás fastidiando el trabajo de todo el equipo. ¡Y parece que hasta lo disfrutas!
- Quizás tus despistes se repiten con demasiada frecuencia. Y los demás se molestan porque son humanos y porque piensan que puedes poner más atención a lo que haces.
- Puede que tus arrebatos de ira estén fuera de lugar. Que sean inaceptables en tu entorno y en cualquier entorno civilizado.
Ponte en su lugar lo mejor que te salga.
Analiza y decide
Observa las consecuencias que ellos sufren por tu lentitud. O por cualquier peculiaridad que te conste que no les guste: tu peso, tu altura, tus despistes continuos…
Porque también puede ser que no tengan ni una pizquita de razón.
Que ellos mismos sean unos insufribles inseguros que necesitan meterse con otros para sentirse mejor con ellos mismos. O una tribu de snobs, de perfeccionistas, de sádicos, de borregos que dicen lo mismo que su líder, etc.
Cambiar por esta gente, sobre todo si no encajas con ella, no vale la pena. (Aunque eso lo decides tú.) Hoy se burlan de ti porque eres lento y mañana lo harán por otra cosa. Si la toman contigo, da igual lo que cambies.
Busca a tu gente
Si tu peculiaridad es de las que hacen daño a los demás, en cualquier parte va a haber gente que no te trague. Pero si es una que, simplemente, no encaja con tu entorno próximo: expande tus horizontes. Busca a tu gente.
Es una sugerencia de persona «rara» que está en internet.
Benefíciate de las nuevas tecnologías. Es de lo mejorcito que internet aporta a nuestras vidas: la facilidad con la que podemos conectarnos con personas afines.
Así es que, si el problema es que no les gustas a los de tu grupo actual, plantéate la posibilidad de conocer a otras personas y de acercarte a quienes son más parecidos a ti (y a quienes tú quieras parecerte a su vez).
En algunos casos, esta es la solución. ¿No te parece?
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Gracias por leer.