Es útil que tengamos en cuenta que una misma situación (persona o cosa) se ve diferente según los “adornos” que lleve encima.
A menudo, agarramos una cosa simple y le echamos adornos a porrillo. Mira qué simple es, por ejemplo, esa partícula que entra en un molusco y éste la recubre de varias capas de nácar.
Junta unas poquitas de éstas y tendrás un collar de perlas. Todo un símbolo de perfección, riqueza, distinción y belleza, venerado por muchas culturas.
Es admirable, no tanto el collar en sí, sino el significado extra que se le llega a atribuir a ese especie de tumorcillo que nace de un animal viscoso (con mi respeto hacia las ostras, que su tiempo les cuesta recubrir de nácar la basurilla que les entra).
No sé si el ejemplo es afortunado o no. Pero la idea de fondo a mí sí me lo parece, porque me ha ayudado (y me ayuda) a mirar las cosas de otra manera.
Un mismo problema se ve diferente cuando le quitas los adornos. Hablamos de ello aquí: Desviste tus problemas.
Hasta las tareas cotidianas, especialmente las que consideramos duras, resultan menos duras cuando quitamos los adornos y nos quedamos con la esencia.
Imagina que te encargan un informe extenso. ¡Horror! Te echas a temblar pensando en las docenas de páginas, en el trabajazo que te van a suponer, en la de horas que vas a estar pringado, en la incomodidad que te espera, etc.
Lo puedes ver así, como un tostonazo. O puedes ahorrarte los adornos y verlo como una tarea más. Una que, en cuanto la dividas en trocitos y empieces a ocuparte de ellos uno a uno, va a ser como cualquier otra.
Claro que también puedes hacer lo contrario, según te convenga. Una tarea simple, como levantarte cuando suena el despertador, puedes interpretarlo como un acto heroico.
O un amanecer, que tendría su explicación simple en la rotación de la Tierra, puedes tornarlo en un milagroso estallido de color, que te invita a comenzar con buen ánimo este día.