Desayunas como cada día, con la particularidad de que hoy el café te ha quedado excelente, una verdadera delicia para el paladar.
Sales de casa y caminas por la calle, mientras un alegre amanecer se desparrama a tu alrededor.
Llegas a tu destino y una de las personas que forman parte de tu paisaje diario te saluda y te dedica una sonrisa.
En el hilo musical comienza a sonar una canción que te abraza el alma.
Todo eso ha pasado en las pocas horas que llevas despierto. ¿Les has tomado el sabor a esas pequeñas alegrías?
Saborear las pequeñas alegrías
Es difícil hacerlo cuando vas con prisa. Cuando vives sumergido en preocupaciones y problemas, sin levantar la cabeza de ahí. O cuando dispersas tu atención entre las cosas que haces a la vez durante el día y las que te faltan por hacer.
Es tan sencillo sentirse un poco mejor… Bastaría con bajar el ritmo y prestar atención a lo que estás viviendo en este momento.
Las pequeñas alegrías son fugaces. Y las grandes también lo son, como unas buenas vacaciones, por ejemplo. Pero es eso mismo, que tengan principio y final, lo que nos invita a saborearlas más intensamente.
¿Y qué pasa cuando, por mucho que mires, no encuentras alegrías que saborear? También es temporal.
Para sentirte mejor en ese momento, funciona anticipar la alegría (de las próximas vacaciones, tal vez) o sacar a colación uno de los momentos felices que hayas vivido.
Eso, para recordar que, en cualquier momento, el placer, la belleza o la alegría se hacen presentes. Hoy mismo pueden salirte al paso. Abre los ojos. Baja el ritmo. Y presta atención.
¿Lo harás? ¿Lo haremos?
Imagen de Tc Morgan