Qué trabajo nos manda el Señor… Y si fuera solo el trabajo “de fuera”…
Hay un cuerpo que cuidar, una vida social que mantener, unos estudios, unas responsabilidades familiares y/o una casa que no se arregla sola.
El castigo divino de ganarse el pan, cuidar la salud… y lo que caiga
Como ejemplo de castigo divino, la “Canción de las espigadoras”, de La rosa del azafrán.
La protagonista se lamenta de trabajar todo el día a los aires y al sol, agarrándose a la esperanza de que su segador preferido corresponda a su amor. Porque sería insoportable trabajar sin que hubiera una compensación amable, ¿no?
No solo las espigadoras tienen una vida castigada. Cualquiera de nosotros corre la misma suerte. Bueno, cualquiera que no esté apuntado a una vida parasitaria o la de un felino que duerma 14 horas diarias.
El día se nos va entre trabajos y castigos. No sé cuántos o en qué orden van los tuyos. Enumeraré unos cuantos:
- Empezamos madrugando. ¡Qué tortura!
- Arreglarse para estar presentable es la otra perla. Hay ambientes muy exigentes con tu apariencia.
- Cumplir con tus responsabilidades dentro de casa y con tus responsabilidades de fuera.
- Comer sano, haciéndole sitio a la verdura y dejando a un lado la gaseosa… con lo que te gustaría que fuera al revés.
- Cuidar de tus relaciones, incluso el día que te los encuentras a todos con el genio revuelto. ¡Dios, qué castigo! (Aunque ellos pasan por el mismo, cuando eres tú quien amanece con el pie izquierdo.)
- Moverte un poquito, para evitar que el sedentarismo actúe como una plaga de termitas en tu cuerpo. ¡Ay ay ay! Cómo duele…
- Hacer “algo más” con el tiempo extra. Como si hubiera tiempo extra… y como si no hubieras hecho ya bastante. Pero ahí están: hobbies, proyectos, cursos u otras mejoras personales.
El día entero es un castigo en el que intentas escurrir placeres como las redes sociales y otros entretenimientos, que sí son agradables. Como la espigadora de la copla, tienes en mente al segador que te salva de la condena diaria.
¿Qué pasaría si no fuera un castigo?
¿Qué pasaría si aprendieras a amar tus castigos? Sí, esos: el ejercicio, comer sano, estudiar o trabajar…
Amarías hacer lo que has decidido hacer y lo verías más apetecible que holgazanear, chismorrear, comer lo que se cruce u otras diversiones cómodas.
Si llega el día en el que ames tus misiones incómodas, dejarían de ser un castigo divino. Serían la oportunidad del día para construir algo duradero.
No es hacer lo que nos gusta hacer, sino gustarnos lo que tenemos que hacer, lo que hace una vida bendecida. (Goethe)
Este giro está al alcance de todos y lo da mucha gente.
Lo dan personas que no tienen la sensación de vivir en un castigo perpetuo o de que están perdiéndose gran cosa en distracciones fáciles mientras progresan en lo que las hace felices, verdaderamente felices.
Se van a dormir por la noche cansados, por haberlo dado todo, satisfechos, por el esfuerzo invertido, movidos por el propósito de mejorar y deseosos de la oportunidad de “castigarse” al día siguiente.
Ellos existen. Aunque, en realidad, hace tiempo que dejaron de ver su vida cotidiana como un castigo o un trabajo que manda el Señor. Porque ellos aman lo que hacen.
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Imagen de Huỳnh Mai Nguyễn en Pixabay.
Andrés Cabrera dice
Que buen consejo de este poeta y científico alemán del siglo XIX.
Hoy, se los dedico a la generación Millenium.
Buen articulo.
Gracias
Casandra TBM dice
Gracias a ti, Andrés. 🙂