Cuando buscar un culpable no tiene sentido

Las cosas discurren por el camino más alejado de la perfección. Este mismo día es un desastre: La inspiración ha huido; el tiempo se echa encima y la gente de alrededor está intratable, por nombrar sólo unos cuantos inconvenientes.

¿Es culpa mía? ¿De la gente? ¿Del clima?

Buscar un lugar donde depositar la culpa es de lo más fácil. Y eso que también consume tiempo y energía, porque a veces cuesta encontrar el sitio, circunstancias o personas a quien echarles la culpa.

¿Qué se supone que gano con ello? Desahogar mi ira y mi insatisfacción vital. Pero no siempre lo logro. Porque, mientras busco y busco, ahondo en mi miseria y en mi confusión.

mal tiempo

¿Qué hago ahora? ¿Sentirme culpable de echar la culpa a otros? Creo que no. Es preferible que detenga la espiral en este punto.

Culpa: Quien la quiera, que se la quede

Asumiré que echar la culpa a otro es un recurso humano para sentirnos un poco mejor ante lo que no sabemos o no podemos controlar. Un recurso poco útil (en el caso mencionado), porque rara vez las cosas se solucionan tras encontrar un culpable.

Y, lo que es peor, es una costumbre que debilita mi creatividad para afrontar lo indeseable. Echando balones fuera, me quito de encima cualquier responsabilidad sobre el asunto.

Reparto la culpa entre mis padres, otra poquita para el gobierno y otra, para ti, que me has echado mal de ojo y por eso me va todo de pena.

¡Ah! También culpo al invierno de que me duelan tanto los huesos. ¡Maldita sea!

Encontrando el cauce correcto

Es absurdo disparar culpas como quien usa una escopeta de perdigones. Y más teniendo en cuenta que hay cosas que suceden, simplemente, y no son culpa de nadie.

La vida es demasiado corta como para perder el tiempo regodeándose en tonterías. Nadie tiene la culpa de que mi despertador no sonara o de que estuviera lloviendo a cántaros cuando salí a la calle.

O quizás, sí. Pero son cosas que no puedo cambiar. Para la próxima, puedo ver de qué manera las evito o las afronto.

Ahora mismo no gano nada si me enfado porque hace mal tiempo o si me echo la culpa de no haber programado bien la alarma del despertador.

Manejar mis emociones es mi responsabilidad. Y también lo es decidir qué hacer para adaptarme a lo que venga. En lo sucesivo, la energía empleada en buscar culpables intentaré invertirla en esto. ¿Te apuntas?

Imagen de Frederic Mancosu