Amanece. Suena el despertador (beeeeep) y la primera palabra que acude a tu cabeza es: Noooooo…, quizás seguida de: Cinco minutos más.
Hay personas que aprovechan esos cinco minutos para estirarse y recuperar el estado de consciencia, para acto seguido salir de la cama.
Tú, no. Intentas apurar el tiempo de sueño, como si cinco minutos más tarde ya estuvieses listo para amanecer despejado.
Cómo te entiendo… Yo he caído en eso de los 5, los 10 y los 30 minutos más, especialmente en días en los que no puedo ni con mi alma.
Ahí está el asunto, en dormir bien y lo que uno necesita. Cosa que a veces no se consigue por tener malos hábitos, por problemas de salud u otros.
Eso es lo que tenemos que observar y tratar de ponerle remedio, si no queremos amanecer cada día con esta sensación tan horrenda de fatiga física, que no tarda en manifestarse en nuestros primeros pensamientos: ¡Qué asco de vida!
Pero, aunque sea para investigar porqué estamos tan fundidos día sí y día también, hemos de salir de la cama.
¡Arriba!
Tú y yo sabemos que dormir cinco minutos más sólo sirve para vivir la misma experiencia desagradable dos veces (o tres).
Así es que, en lugar de apretar el botón del despertador que calla la alarma durante unos minutos, apretamos el interruptor de la luz.
Haciendo un esfuerzo mayúsculo, ponemos el pie en el suelo y salimos despacio de la cama. Nos vamos directos al cuarto de baño o a la cocina, sin pensar.
Nuestros aliados serán esos cinco minutos que, en lugar de en posición horizontal, los afrontaremos en vertical. Para que pase antes el adormilamiento, bebemos un vaso de agua fresquita.
Y así es como, después de cinco minutos (difíciles) nos encontramos mejor que si los hubiéramos pasado en la cama.
Bueno, ya es hora de asearse. Que tengas un buen día. 🙂
Imagen de cvogle