Los seres humanos nos acostumbramos muy rápidamente a lo fácil, lo cómodo, lo bonito, lo agradable… Tan rápidamente, que enseguida nos nos volvemos ciegos ante ello o nos hacemos dependientes.
Tenemos la «capacidad» de convertir en rutina acontecimientos que, alguien que los viva por primera vez, los podría calificar de grandiosos o emocionantes.
Y basta con que un día, en un instante, perdamos algo de eso a lo que estamos tan acostumbrados, como para que le otorguemos la importancia que merece.
¿Es necesario echar de menos las cosas para poder apreciarlas?
En mi opinión, no necesariamente. Pero sí supone un mazazo de realidad.
Cualquier molestia o percance físico, como un resfriado, un esguince o una simple indigestión, hace que deseemos estar bien, como esos días en los que aparentemente no ocurría nada.
Cuando alguien querido se ausenta un tiempo o cuando nos distanciamos por una discusión, también deseamos volver a esos días aparentemente rutinarios.
Hasta una pequeña avería casera que nos trastoca el horario, nos hace desear la agradable calma de otros días a la que nos hemos acostumbrado.
Y también es un toque de atención observar esos efectos en otras personas que se ven privadas de algo que nosotros sí disfrutamos.
Practiquemos la gratitud
Podemos seguir buscando, experimentando, mejorando, pero que esas inquietudes no opaquen nuestra capacidad de apreciar lo que somos y lo que tenemos.
Da igual que sea poquito. Porque lo importante no es CUÁNTO se tenga, sino CÓMO se aprovecha lo que se tiene.
No esperemos a echar de menos todo eso que hay en nuestra vida. Abramos bien los ojos y el corazón para saborearlo.
Podemos hacerlo justo en este instante.
Imagen de notsogoodphotography
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