Se dice que es inútil huir de los problemas, porque éstos te persiguen hasta que te alcanzan, tarde o temprano.
Habrás visto que hay problemas que se resuelven sin que tú muevas un dedo. Tan sólo tienes que dejar pasar el tiempo. Como cuando vas a la peluquería y te ponen un tinte rosa que te sienta como un tiro. En cuestión de meses, el pelo vuelve a crecer y aquí no ha pasado nada.
Pero ese tipo de “problemas” son minoría. Por lo general, un problema es una situación que, si tú (o alguien) no la resuelve, se queda pendiente. O, peor todavía, va empeorando, haciéndose cada día más grande hasta convertirse en un verdadero problemón.
Por eso sabes que es conveniente ocuparte del problema que sea tan pronto como te des cuenta de que está ahí y de que puedes hacer algo al respecto. En ese momento, tú estás en tu punto más fuerte y el problema, en el más flojo (antes de que siga creciendo).
Si dejas pasar el tiempo, tú vas perdiendo fuerza. Y el problema la gana.
Gana fuerza porque tu imaginación lo alimenta. Tu miedo hace que veas el problema más grande de lo que es. Lo ves inmenso, cuando quizás todavía es manejable.
Y gana fuerza porque tú te cansas. Cada vez que intentas escapar del problema, te ves obligado a pensar en él. Con lo cual, llevas la carga contigo indefinidamente y eso te va desgastando.
Es lo que pasa, por ejemplo, cuando notas algo extraño en tu cuerpo y no vas al médico por miedo a que te diagnostique una enfermedad terrible.
Evitas pensar en ello, porque te aterroriza. En lugar de pedir cita con el médico, lo ignoras con la esperanza de que desaparezca. Pero, en lugar de desaparecer, avanza y con el tiempo sí llega a convertirse en algo más grave.
Eso que te cuento me pasó a mí este año. Si hubiera ido al médico antes, cuando comencé a notar “cosas raras”, seguramente la operación que me hicieron recientemente hubiera sido menos agresiva.
Y, si hubiera seguido sin afrontar el problema a día de hoy, quién sabe lo que habría pasado… Lo seguro es que el problema habría seguido creciendo.
Lecciones aprendidas
1. La mayoría de los problemas son más grandes en la imaginación que en la realidad.
Una vez que empiezas a tratar con ellos, te das cuenta de que no son tan terribles como tú habías anticipado. Lo más difícil es dar el primer paso.
2. Es más liberador caminar hacia la solución que huir del problema.
Porque, mientras te esfuerzas por no pensar en el problema, él continúa contigo. Buscas maneras de esquivarlo y eso hace que esté perennemente en tu cabeza.
En cambio, cuando te centras en una solución que vaya reemplazando lo negativo, piensas más en lo que quieres que en lo que tratas de evitar. Y, conforme avanzas, vas dejando atrás la pesada carga.
¿Qué experiencia tienes tú al respecto? ¿Cómo te ha ido cuando has afrontado problemas que te daban miedo?
Imagen de ~FreeBirD®~