No te dejes ofender por extraños

Insultos, desprecios, risas burlonas y otros gestos del estilo lloverán sobre nosotros como flechas, pretendiendo herirnos.

Afortunadamente, conforme pasa el tiempo vamos haciéndonos más fuertes ante estos ataques de la gente, si así nos lo proponemos.

Recuerdo que, años atrás, yo me sentía herida fácilmente cuando alguien hacía algún comentario negativo y malintencionado.

Por ejemplo, contra las mujeres, contra la gente de mi tierra o contra cualquier otra cosa a la que yo le concediera valor: Mi identidad, mis valores, ¡mi vida!

ofensas

A esas alturas, ya había aprendido a aceptar las críticas constructivas, aunque muchas veces no me hiciera ilusión recibirlas.

Había aprendido a no hacer las cosas del gusto de otros y que ellos me dijeran cómo rectificarlas sin sentirme mal en absoluto.

Pero tardé más en superar mi vulnerabilidad hacia los insultos, los desprecios, etc.

¿Cómo lo conseguí? Supongo que fui restándole poder a la gente que no era importante en mi vida.

Progresivamente, fui quedándome con lo que pensaban las personas más próximas a mí y así me libré de un montón de ofensas.

A mi alrededor, sí, algún cretino podía decir barbaridad y media sobre algo que tuviese que ver con mi vida, pero esa ofensa ya ni rozaba mi autoestima.

No digo que fuese fácil o rápido, pero ocurrió cuando me acostumbré a usar el impermeable a la hora de exponerme a las opiniones de los demás.

Total, son sólo palabras (no flechas). Y ya, en estos días, ni me molesto en descubrir la intención con la que me las dedican.

Para mí ha sido un aprendizaje provechoso y no sólo porque ya no tengo mi autoestima expuesta a merced de cualquiera, sino también por mi bienestar cotidiano.

Cuando te ofendes, dentro crecen la ira y la frustración, transformándose en un dolor de cabeza que bien podrías haberte ahorrado.

Eso es lo que yo también conseguí al dejar de ofenderme fácilmente: Evitarme unos cuantos de éstos. 😉

Imagen de Howard Dickins


Categoría: