Tus palabras tienen alcance. Tus palabras influyen en otros cada vez que abres la boca para decir algo; cada vez que envías un e-mail o posteas un comentario en Facebook.
Son un instrumento poderoso. ¿Lo has pensado?
Aunque cada persona sea quien decide lo que hacer con sus respectivas emociones, tú influyes en su ánimo. La energía de tus palabras contribuye a que sonría o a que se lleve las manos a la cabeza del disgusto.
Yo he tardado en darme cuenta de cómo las palabras que uno dice o escribe pueden influir en otros. No sólo influyen los libros, los poemas o las frases de autores reconocidos.
Cada uno de nosotros es una fuente de inspiración (o de todo lo contrario).
Para comprobarlo, basta con darse una vuelta por Facebook, por ejemplo. Allí hay muchas personas que postean en sus muros sin saber del poderío que tienen sus comentarios. Hay de todo, en realidad.
Encuentras mensajes (éstos, muy pensados) de personas o empresas que venden o promocionan sus productos.
Encuentras a personas que comparten cosas tiernas o divertidas; personas que difunden noticias interesantes o personas que escriben lo primero que les viene a la cabeza.
Y tú, quieras que no, te impregnas de la energía de unos y otros cuando pasas por allí.
Algunas de estas personas no tenían claro que iban a movilizarte hacia la curiosidad, hacia la alegría, hacia la crispación… Pero lo hicieron. Lo mismo que haces tú cada vez que tus palabras salen al exterior.
Tú mueves hacia el ánimo, hacia el amor, hacia lo positivo. O mueves hacia el miedo, la pena o el odio. Cada vez que te comunicas, tienes ese poder. Y, si tienes el poder, tienes la responsabilidad.
Sólo con que asumamos la responsabilidad de ser cuidadosos con las palabras que decimos o escribimos, ya estamos contribuyendo un poquito a crear una sociedad más amable y justa para todos.
Así de grande es el poder que tú y yo tenemos cada vez que usamos las palabras.
Imagen de Marc Wathieu