¿Quién no ha caído alguna vez en un engaño? ¿A que se queda un sabor amargo y una campanita que repica: «Cómo he podido ser tan tonto«?
Pues que nadie se sienta mal. A menudo quien trata de engañar sabe cómo hacerlo y se sirve de ese conocimiento para no jugar limpio.
Por lo tanto, si nosotros conocemos algunos de los principios o prejuicios de los que se sirven los presuntos manipuladores, podremos protegernos mejor contra el engaño.
¿Te apuntas?
1. La tendencia a confiar
Los seres humanos estamos «programados» para confiar en los otros. Esperamos que nos digan la verdad, a menos que tengamos razones consistentes para la sospecha.
Y, ciertamente, está bien confiar en aquellos que conocemos, pero cuando se trata de un extraño conviene detenerse un poco.
No es que todas las personas desconocidas nos vayan a timar, en absoluto. ¡Fuera la paranoia!
Sin embargo, cuando alguien que conocemos poco espera algo de nosotros, no está de más preguntar, indagar y mostrarse cauto.
2. La pereza mental
Conectando con lo anterior, la pereza a la que nos referimos es la que evita cuestionar e investigar si lo que nos dicen es cierto.
Mucho más cómodo es confiar en lo que nos dicen, que realizar el esfuerzo de analizarlo personalmente.
¡Hay que mirar la letra pequeña y hasta el último recoveco!
Nuestra cabeza es algo más que ese precioso punto donde termina el cuello. ¡Usémosla!
3. El principio de reciprocidad
Esa muestra gratuita que nos dan, ese cupón, ese descuento tentador… ¡El cebo!
Tenemos la tendencia a corresponder la amabilidad o los obsequios recibidos realizando algo por la persona que nos lo ofrece. Sin embargo, hay personas sin escrúpulos que esperan que correspondamos con algo mucho más grande a cambio del regalito que nos dieron.
Es típico que nos den la muestra y luego nos presionen para comprar un producto, por ejemplo.
Pero… ¡no! No tenemos la obligación de actuar con reciprocidad, a menos que nos guste y nos convenza totalmente el producto o servicio.
¿Que rechazarlo te crea cargo de conciencia? No, no lo tengas, porque quien puso el cebo conocía muy bien el juego.
[Más desarrollado, aquí: ¿Debes devolver todos los favores?]
4. La vergüenza
A veces vamos a comprar bienes o servicios sin ser unos expertos en los mismos.
Aquél que nos ofrece «la ganga», quizás se enrede con un vocabulario ininteligible para nosotros describiéndonos sus maravillosas características.
Lo que nos dice nos suena a chino, pero evitamos hacer preguntas «obvias» por miedo a quedar en ridículo.
¡Hay que preguntar! ¿Y si lo que nos trata de «colocar» no nos conviene?
Ya me lo decía mi madre: «Con la vergüenza no se va a ningún sitio.» Y en este caso, menos. 😉
5. El sentido de la justicia
Esa creencia de que el mundo es justo, especialmente con las buenas personas, no funciona.
Las cosas malas (engaños, asaltos y cientos de desafortunados sucesos) no distinguen entre buenas o malas personas.
Así es que no podemos pretender tener buena suerte o que nos traten bien sólo porque sí. Las cosas buenas hay que buscarlas.
Y aquí vuelvo a acordarme de mi madre y de esas palabras suyas que no sé en qué sermón escucharía, pero se le quedaron muy bien grabadas: «Hija, dios dice: Guárdate, que yo te guardaré.»
Fuentes: The 5 Reasons We Get Suckered and Ripped Off, de Ronald E. Riggio, y mi madre, que no tiene blog para poder enlazarla. 😮
Imagen de CarbonNYC
Alba dice
Tenían que inventar un premio para la sabiduría de las madres :). Siempre nos abren los ojos a las cosas cotidianas, que al fin y al cabo, ¿no son las más importantes?.
La bondad muchas veces está castigada porque está «pasada de moda». Yo soy muy inocente, según mis amigos, pero yo siempre digo que no puedo ir por la vida desconfiando de todo y de todos porque entonces prefiero no vivir.
Un besazoo
TBM - Casandra dice
Tienes razón, especialmente con lo de las madres, caray…
Pero yo creo que la bondad no está reñida con la precaución. Son precisamente las madres las primeras que nos ponen alerta en este tema (y los padres, también).
El mundo está lleno de gente maravillosa, pero hay un puñadito de personas que, en ocasiones, no miran a quien arrollan en su camino. ¿Por qué no apartarse cuando se vean venir?
De lo que me alegro es de que este asunto sirva para confrontar diferentes visiones. Gracias por tu aporte, Alba.
Besos!!