Ante el estrés y el cansancio, es frecuente que el cuerpo y la mente comiencen a marchar cada uno por su lado. ¿Cómo? Me explico.
Estás confortablemente arropado en la cama y te pierdes esa sensación, porque las preocupaciones de mañana están acaparando tu mente.
Terminan de contarte algo y tú te quedas con cara de: ¿Qué dijo? Porque, mientras te hablaban, estabas pensando en no-sé-qué que ocurrió antes.
Llega la tarde y tienes la cabeza tan llena que no recuerdas lo que comiste hace unas horas. ¡Uy! Lo mismo se te olvidó y no comiste en absoluto.
O lo que a mí me ha pasado hace poco… Me crucé con una amiga a la que llevaba años sin ver y no la saludé. Después de un rato caí en la cuenta de que era ella. Tan absorta estaba en mis pensamientos, que pasé por alto lo que mis ojos estaban viendo.
Hay personas que se han acostumbrado a vivir así. A mí suele pasarme más cuando estoy estresada o cansada.
¡Oh, no! No me gusta nada que me pase. De vez en cuando sienta bien refugiarse en la mente. Pero descuidar al cuerpo continuamente es un error.
Personalmente, además de que me da un poquito de rabia perderme lo que acontece en el presente (como lo de la amiga que no saludé), noto que el estrés y el cansancio se multiplican.
Insomnio, dolor, ansiedad, tensión muscular, dificultades para concentrarse… Cuando no se la das, el cuerpo encuentra creativas formas de pedirte atención.
¿Qué tal si se la damos? Conectemos con la carne que está viviendo este momento. Escuchémosla y cuidémosla.
De más está decir que, si esos músculos, órganos y huesos nuestros necesitan descanso, ejercicio o víveres, a eso hay que darle prioridad, no al vuelo con la mente, ¿no crees?
Que de tanto volar y volar, no nos dejemos el cuerpo atrás. Sin él no vamos a ningún sitio. Y él siempre está en el presente.
Imagen de shenamt