Tiene gracia que baste una sola experiencia negativa para arruinar un día donde las positivas fueron más numerosas.
Te levantas descansado. Sales triunfante de tus quehaceres del día. Compartes una tertulia agradable con un amigo… Por la noche, un pariente te suelta una impertinencia en una conversación trivial. Y eso es en lo último que piensas antes de dormir.
¿Es posible que una pequeña experiencia negativa anule las alegrías que has vivido hoy?
Sí, es posible. Podemos vivir el doble o el triple de experiencias positivas que de negativas. Y las “malas” van a sobresalir, por dos razones (según los expertos):
- Nuestra tendencia innata a fijarnos más en lo negativo. Y, además, a recordarlo antes que lo positivo. Como Roy Baumeister demostró, lo malo tiene más peso que lo bueno.
- La costumbre. Nos habituamos a experiencias muy positivas que, con el tiempo, tienen poco efecto en nosotros.
Por nuestra salud y bienestar, no nos interesa dejar que lo “malo” neutralice todo lo bueno que vivimos. ¿Podemos hacer algo para que las alegrías pesen un poco más?
Las buenas nuevas son para compartirlas
En el blog hemos apuntado ideas para resaltar lo bueno: observarlo, saborearlo, registrarlo en un diario, fotografiarlo, etc. Hay muchas entradas sobre el tema (como ésta o ésta).
Rescatemos una de estas ideas: Compartir la alegría con otros. Se supone que esto es efectivo para amplificar dicha alegría. Pero, por varios motivos, la llevamos poco a la práctica:
Porque hay alegrías que son mal recibidas. Por ejemplo, estás feliz por un logro personal importante. Lo compartes con el mundo. Y se alegran muy pocos. La mayoría pasa del tema. Otros le quitan importancia o te bañan en insultos: ¡engreído!, ¡enchufado!
Porque nos sentimos culpables. Otro ejemplo: llevas una racha buenísima. Pero te da reparo compartir lo feliz que te sientes cuando ves a gente a tu alrededor pasándolas moradas.
Porque las quejas y las penas tienen más tirón. Los demás nos dedican más atención y empatía cuando les hablamos de lo mal que nos va. (Estudio) Nuestras alegrías les conmueven menos.
Sé selectivo
Si te sientes mejor cuando compartes tu alegría con el mundo y no te afectan las reacciones negativas, ¡adelante! Pero, si tienes un poquito de reparo, ¡selecciona!
Un estudio sobre el tema (de 2013) nos sugiere que elijamos a las personas más cercanas (la pareja, un amigo íntimo…) para hacerlos partícipes de lo bueno que sentimos o que nos pasa.
De este modo, gana quien da la buena noticia, ya que encuentra a una persona a quien le importa lo que le está contando. Es receptiva. Probablemente verá una sonrisa de satisfacción en su cara.
Gana quien recibe la buena noticia, por la alegría de que a alguien querido le vaya bien. Y porque es probable que también se anime a compartir sus buenas nuevas cuando las tenga (en mi opinión).
Los dos se benefician. Observan lo positivo, lo saborean y lo amplifican al compartirlo. Y, de seguir con esta práctica, a la larga ganan en bienestar y en satisfacción por la vida.
Pero no queda ahí la cosa. Alegría compartida NO vale por dos. Vale por más. Aquéllos que estén cerca de estos dos afortunados (hasta tres grados de separación, según otro estudio) también van a “contagiarse” de la felicidad de estas dos personas.
En resumen: Si te sientes bien o te pasa algo bueno, compártelo. Te hace bien a ti, a la persona a quien se lo cuentes y a quienes estén conectados con ella… y contigo.