¿Se puede aspirar a algo mejor que la perfección?

¿Cuántas veces has escuchado esta frase?: Si no lo vas a hacer bien, no lo hagas.

Yo, bastantes. Recuerdo que me ha frenado a la hora de probar con ciertas actividades. Porque hacer las cosas “bien” de primeras suena demasiado “perfecto”.

Supongo que, como otras personas, asimilé y di por hecho que hemos de aspirar a la perfección: a la oportunidad perfecta, al momento y lugar exactos, y a la ejecución impecable.

Fue de mayor que me di cuenta de que perseguir la perfección es “poco perfecto”, por la parálisis y la frustración que provoca. Y porque rara vez surge la ocasión ideal acompañada de la ejecución exquisita.

arquero, concentración

En mi opinión, hay ideales a los que aspirar que dan mejores resultados que la perfección. De hecho, no son ideales, sino metas realistas y muy practicables.

Estas, por ejemplo.

¿Qué hay mejor que la perfección?

1. La efectividad:

O sea, hacer lo que toca con diligencia y con una calidad aceptable.

Eso es mucho más asequible y productivo que esperarte hasta encontrar el momento perfecto o entretenerte puliendo detalles y terminar las tareas quién sabe en qué siglo.

Hacer las cosas con diligencia implica:

  • avanzar a buen ritmo;
  • estar centrado en lo que tienes entre manos;
  • dejar de darle vueltas mentalmente a preocupaciones y tareas que han quedado atrás o que debes realizar en un futuro próximo o lejano.

La diligencia no requiere perfección. No parte de la presión de que el resultado final sea sublime.

Sin embargo, sí le da un toque de calidad a cuanto haces. Puedes hacer más cosas y mejor hechas que pretendiendo que queden perfectas.

2. El progreso:

O sea, aprovechar la oportunidad de hoy para avanzar. Cuando las condiciones no son perfectas, suele ser preferible hacer un poco, que no hacer nada.

Por ejemplo: sólo dispones de 15 minutos para una actividad (ordenar, limpiar, leer, meditar…) y decides aprovecharlos. Por poquito que avances, ya estás sumando.

3. La consistencia:

O sea, la constancia (imperfecta). En la práctica continua de una actividad, la regularidad triunfa sobre la perfección.

Para avanzar, no hace falta que te presiones para hacerlo perfecto todos los días. Es suficiente con hacerlo lo mejor que puedas casi todos los días, sin abandonar.

4. La paciencia:

O sea, saber que lo bueno lleva su tiempo. Hay objetivos ambiciosos en los que es necesario seguir invirtiendo esfuerzo en tanto dan los frutos que quieres.

La paciencia es una virtud rentable, comparada con el perfeccionismo compulsivo, ya que no siempre obtienes los frutos a la hora cabal o a la que tú crees justa.

5. La flexibilidad:

O sea, la actitud de quien persevera aprendiendo por el camino. Un camino donde hallará errores, desmotivación, imprevistos, críticas amén de otros obstáculos. Nada perfecto, en cualquier caso.

¿Qué es más asequible: procurar que cada inconveniente encaje en su plan o aceptar las circunstancias y ver el modo de avanzar?

 

Retomemos ahora el título de la entrada: ¿se puede aspirar a algo mejor que la perfección? En mi opinión, sí. Entendiendo por “mejor” un nivel más realista, productivo y sano.

¿Y tú? ¿Hacia dónde apuntas?

Si perseguir la perfección te inspira, adelante. Lo importante es que cada uno de nosotros encuentre lo que le ayuda a seguir avanzando, ¿no crees?

Imagen por cortesía de globevisions.


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