Hay personas más flexibles que otras. Pero, por lo general, los humanos solemos adaptarnos cuando las circunstancias cambian.
Qué bien que tengamos esta capacidad. Gracias a ella, plantamos cara a experiencias difíciles. Y, cuando toca, también nos adaptamos a las más agradables. Claro que es más fácil adaptarse a lo agradable y bonito que a “lo otro”.
Podemos observarlo en cambios grandes. Por ejemplo, un nuevo trabajo. Si, de un trabajo, pasas a otro en el que las condiciones son peores, te adaptas. Pero la adaptación hubiera sido más rápida y placentera en caso de pasar de un trabajo “peor” a uno “mejor”.
Y también lo observamos en cambios pequeños. Por ejemplo, cuando pasas unos días con la pierna inmovilizada. Te adaptas, a pesar de que echas de menos todas esas cosas que hacías de un modo natural (caminar, correr, subir escaleras, etc.).
Se cumple el plazo. El médico te da de alta y puedes retomar tu actividad habitual. Ni qué decir tiene que te cuesta menos trabajo re-adaptarte a tu rutina de siempre del que te costó vivir todos esos días de parón.
Ser conscientes de ello nos da ventajas, ya que podemos actuar al respecto.
(1) La oportunidad de apreciar lo bueno
Es más fácil apreciar lo bueno cuando lo comparas con una situación anterior en la que te has visto privado de ello.
Pero también sería conveniente realizar este ejercicio con frecuencia, sin que medien comparaciones, para disfrutar esas pequeñas cosas que se vuelven costumbre.
No sé cuáles puedan ser en tu caso, pero a lo largo del día tendrás oportunidades para prestarles atención.
Por ejemplo, ahora mismo yo estoy aquí, charlando contigo tan a gusto. El sol brilla. Acabo de tomarme un café delicioso y quiero deleitarme en el momento.
Otros días vivo momentos muy similares a éste. Forman parte de mi rutina. No siempre tomo nota de estas sensaciones agradables y de la suerte que tengo de poder llegar hasta ti desde mi casa. Pero quiero hacerlo de tanto en tanto.
Prestar atención y saborear momentos en los que nos encontramos bien nos sirve para re-experimentar la alegría por lo que hacemos, por lo que tenemos, por lo que somos.
(2) La oportunidad de sentirnos satisfechos
Cuando nos acostumbramos demasiado a lo bueno, dejamos de verlo. Por eso es importante el ejercicio anterior. Y también lo es para experimentar satisfacción.
Una satisfacción moderada, claro. Porque, por bien que estemos, queremos seguir aprendiendo cosas y ganar soltura desenvolviéndonos en nuestras respectivas misiones.
Hablamos de la satisfacción necesaria para estar tranquilos, sin dejarnos arrastrar por el deseo insaciable de querer más.
Me satisface mi café. Me satisface mi modesto ordenador. Y me satisface encontrarme contigo en un modesto rincón del ciberespacio.
¿Podría ser todo eso mejor o más grande? Pues, sí. Tal vez algún día lo sea. Pero eso no va a impedir que, ahora mismo, esté tranquila y contenta con estas cosas buenas que tengo a mano.
Resumiendo: El “peligro” de lo bueno es que nos acostumbramos tan rápido a ello, que pronto nos olvidamos de que está ahí.
Por eso nos conviene prestar atención y disfrutarlo de tanto en tanto. Con lo que también disminuimos la ansiedad de no ser, no hacer o no tener lo suficiente.