Tú las tienes. Yo las tengo. Hay marcas en el cuerpo y en el alma, que en su día fueron dolorosas y hoy cuentan una historia de supervivencia.
Todos tenemos cicatrices. ¿O es que conoces a alguien que haya vivido plenamente sin recibir ni un rasguño?
Las cicatrices te recuerdan experiencias, lugares, gente que conociste. Cada una de ellas tiene detrás su propia historia.
Y también te dicen que, a pesar de la herida que sufriste, ahora estás bien. Puedes hablar de lo que sucedió y de lo que aprendiste.
Quizás, no ahora. Pero sí más adelante (o mucho más adelante).
Hay cicatrices que no son fáciles de mirar para uno mismo. Cuánto más difícil es mostrárselas a otros… Te lamentas. Te avergüenzas de ellas.
Sin embargo, con el tiempo, aprendes a verlas como lo que son: recordatorios de historias que han dejado una huella en tu piel (o en tu corazón).
Respeta tus cicatrices
Algunas de ellas certifican tu valor, tu coraje, la fuerza con la que resististe. Y, hasta la más pequeña, dice que tuviste una herida que se curó.
Todas esas cicatrices son parte de ti, de quien eres hoy. Aprende a amarlas y comparte su historia con quienes tú elijas.
¿Por qué? Porque cada uno tiene sus propias cicatrices, visibles o no, y es interesante y liberador contar sus historias. ¿No te lo parece?
Imagen de -Delphine –