Ya tienes lo que querías. Lo has conseguido. Entonces, ¿cómo es que no te sientes tan feliz como imaginabas que te sentirías?
Quizás la respuesta sea que NO elegiste la meta adecuada.
Pudo faltar una definición clara del objetivo. Tal vez, desde el inicio no tenías muy claro lo que querías y, en lugar de perseguir el objetivo idóneo, te fuiste hacia uno que se le parecía.
Pudo faltar un verdadero deseo por tu parte. Te dejaste llevar por lo que otros estaban haciendo o por lo que otros te dijeron que era bueno para ti.
Trabajaste duro y, sí, llegaste a la meta. Pero no era la meta que tú hubieras elegido por tu cuenta.
Pudo fallar tu concepción inicial de que ese objetivo te haría feliz. Tal vez, pensaste que teniendo más dinero o logrando una bonita figura te sentirías más a gusto. Y, en tu caso, eso no se cumplió porque las causas de tu descontento eran otras… y no las viste.
Apunta de nuevo
Recopila lo que has aprendido y, esta vez, elige con más cuidado. Después de todo, ¿quién acierta en cada decisión que toma?
Esta vez te darás el tiempo necesario para saber qué es lo que verdaderamente quieres. Te escucharás. Confiarás en tu criterio.
Esta vez serás más cuidadoso seleccionando tus fuentes de inspiración y eligiendo a las personas a quienes les cuentas tus planes.
Tu experiencia no ha sido en vano. Ahora te conoces mejor que antes. Cosa que está a tu favor para decidir hacia dónde vas a apuntar.
Hazlo. Apunta a la diana. Esta vez es la buena.