¿Quién decide sobre tu actitud?

Hay cosas que proteges con esmero. Tratas de que un perfecto extraño no decida sobre ellas, porque esas decisiones te conciernen sólo a ti.

En principio, yo (una completa desconocida) no puedo hacer una fiesta a las tres de la mañana en el salón de tu casa. Ni usar tus datos bancarios para comprar lo que me dé la gana. Ni agarrar tu coche sin permiso.

¡Ahí estás tú para impedirlo! Eres tú quien tiene el control sobre esas cosas y quien pone los límites. Se entiende que son valiosas y que tú decides qué hacer con ellas y con quién compartirlas.

¿Qué pasa con tu actitud? ¿La proteges con el mismo esmero? Si yo me acerco a ti diciendo barbaridad y media, ¿qué pasaría?

¿Le darías a una persona cualquiera el poder de estresarte, de ofenderte, de distraerte, de deprimirte…?

llaves del coche

Por mi parte, puedo intentar el abuso, como puedo pedirte que me des las llaves del coche. Otra cosa es que tú me permitas ese exceso.

Eres tú quien tiene el control sobre lo tuyo. Por tanto, eres tú quien decide qué pensar sobre el asunto (si te apetece pensarlo). Y, a partir de ahí, decides si ofenderte, estresarte… o a saber.

A ver, llego diciéndote que eres un incompetente; que un niño de tres años tiene más luces que tú; que, hagas lo que hagas, jamás llegarás a nada en la vida.

Si no me permites arrasar con tu casa, tu coche o tu cuenta bancaria, ¿por qué habrías de permitirme que arrasara con tu actitud?

Pase lo que pase, eres tú quien tiene el poder de darle el significado que quieres a las palabras o las acciones de otros.

Puedes pensar que estoy en lo cierto y darme las llaves de tu coche actitud. O puedes decidir que no me vas a hacer caso, porque mis palabras son un rato insulsas.

Ser consciente de este poder y emplearlo supone un antes y un después en tu calidad de vida. No sólo puedes decidir cómo vas a responder ante lo que digan o hagan unos u otros. También, cómo vas a responder ante cualquier situación.

Puedes decidir que vale la pena luchar por esto… y esforzarte. Decidir que lo otro no sirve… y abandonarlo. Decidir qué es valioso… y protegerlo. Decidir qué no lo es… y desecharlo.

¿Quién decide? Tú. Sólo tú.


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