¿Te molesta cuando las personas asaltan tu tiempo o espacio por las buenas, sin que tú hayas dado pie a ello?
Ahí es cuando tú o yo entonamos la archipopular frase: «La gente tiene más cara que espaldas.» Y sí. Algunos son descarados sin más. Pero hay otros que, sencillamente, no saben que están traspasando nuestros límites.
Y, si ellos no saben dónde están los límites, ¿cómo vamos a pedir que los respeten?
Poner límites es tarea de cada uno
Por ejemplo, a mí me incomoda que una persona que apenas conozco se me acerque demasiado. También que, si entra en mi casa, se pasee por ella tocando las cosas.
Recuerdo a un muchacho (amigo de mi amiga) que visitó mi casa por primera vez. En el curso de la conversación, fue hasta la cocina, abrió la puerta de la nevera y me dijo: «¿Me invitas a una cerveza?» (Sólo había una.)
Al momento pensé: «Qué fresco es este tipo.» Pero, cuando lo conocí mejor, entendí que él era así con todo el mundo.
Es más, todos los que iban a su casa tenían licencia libre para abrir la nevera, sentarse en el mejor sillón, encender el equipo de música, etc.
Era un hombre (y supongo que sigue siéndolo) muy extrovertido y sin tanta necesidad de generar un clima previo de confianza mutua (como la que yo tengo).
Sus límites y los míos están puestos en diferente sitio.
Y ese día, en el que fue a mi casa, actuó del mismo modo en que él deja que los invitados se comporten en la suya.
Lo mismo podemos decir de:
- Gente que te intercepta por la calle y se queda una hora contándote su vida. Para muchas personas es un rato de socialización muy agradable.
- Gente con la que tienes poca relación y te pregunta cosas muy personales. Quizás su listón de la intimidad esté colocado en otro punto.
- Esa gente que pone la música a todo volumen. Puede que vean muy natural que otro día te toque a ti armar la juerga.
- O esa gente que coge tus cosas sin permiso. Ahí están las suyas, para que tú las uses si las necesitas.
No todos ellos tienen «más cara que espaldas». Lo que sí tienen son límites diferentes.
Lo fácil es quejarse de que son maleducados o desconsiderados (cuando tus límites difieren de los suyos).
¿Por qué tienen que saber lo que a ti te incomoda? Nos quedamos con lo más recomendable: poner tus límites, enseñárselos y defenderlos.
Digo «tus», pero esto es algo que yo también he de practicar.
A seguir practicando…
Cuántas veces he tenido miedo de ofender a una persona o de caerle mal… Y, por ese miedo, he pasado momentos incómodos y me he sentido mal pensando que los demás arrollaban mi tiempo y mi espacio.
Hubiera bastado una conversación, quizás una simple frase, para enseñar a los demás mis límites, mis necesidades. Después de todo, era mi responsabilidad hacerlo.
Y también era y es mi responsabilidad corregir el error, cuando no lo hice a tiempo.
Mi responsabilidad… y la tuya. Así evitamos que se siga repitiendo lo mismo o que vaya a más.
Enmendando los errores: Hasta aquí hemos llegado
A veces atraviesas una situación incómoda con una persona y, en lugar de hablarlo, lo vas dejando pasar. ¿Por qué?
No quieres líos. Temes que acabe en una discusión. O, peor, en una batalla campal. No te sientes preparado ni con ánimos para encarar a esta persona… O vaya usted a saber.
Mientras tanto, la situación sigue avanzando:
- Sigues permitiéndole a un amigo que anteponga sus gustos, horarios o necesidades a las tuyas.
- Le dejas al vecino que ocupe tu plaza de aparcamiento. Es buena gente, pero bien que te fastidia cuando tienes que mover el coche.
- Tu jefe sigue haciendo chistes malos a tu costa.
Sigues sin poner límites. Lo dejas pasar, hasta que un día notas que la molestia que venías sintiendo ha evolucionado.
Pasa de castaño oscuro
Ahora, la frustración está tocando techo. Y entonces es cuando te plantas y dices: «Hasta aquí hemos llegado«.
Quizás no sean ésas las palabras exactas. Podrían parecerse más a: «Oye, Pedro. Entiendo que te cueste encontrar sitio donde dejar el coche, pero a mí me trastoca mucho tener que avisarte cada vez que quiero salir.»
¡Comienza la batalla! Negociarás con Pedro y, quizás, termine la discusión de la peor manera y tú, con la etiqueta de «el peor vecino del barrio».
Gracias a esa conversación incómoda, has perdido tu buena reputación de vecino «amable». Pero has ganado en comodidad, en tranquilidad, en confianza en ti mismo… ¡y puedes mover el coche cuando quieras!
Lo que ganas es tanto que, después de haberle plantado cara a esta persona, te preguntarás porqué no lo has hecho antes.
Aunque, ya sabes, cada uno de nosotros está preparado para decir: «Hasta aquí hemos llegado» en un momento distinto.
¿Qué queda?
En mi caso, mucha práctica por delante. Espero que en el tuyo no sea tanta. Menos mal que va haciéndose más sencillo en cuanto se dan los primeros pasos. ¿A que sí? 😉
Imagen de Viewminder