Nos hacemos un flaco favor cuando nos quedamos sumergidos en el pozo del pesimismo. Por una parte, somos más receptivos a cualquier circunstancia que confirme lo mal que nos va:
– Precisamente hoy se me avería el coche. ¿Es que no me puede salir NADA bien? Voy de mal en peor.
Por otra parte, efectivamente, uno va a peor. El negro pronóstico se hace realidad, porque lo vivimos como si fuera una realidad consumada y actuamos conforme a ella:
– ¿Para qué me voy a esforzar, si no sirve de NADA?
Seguimos con la mala racha. Hasta que un día, hastiado de tanto desastre, uno se pregunta por la manera de salir de ahí.
Aquí van unas cuantas ideas para que compruebes si esto es así… o no. Elige la que gustes.
Corre en un espacio abierto
Tan simple como eso. Sal por ahí a dar un largo paseo, al trote o caminando a paso ágil, a solas o acompañado. Preferiblemente, en un espacio natural con vistas agradables. Vive ese momento.
Cuando vuelvas a casa, tus problemas seguirán ahí. Pero tú no los verás exactamente igual, gracias a que estás más relajado y de mejor ánimo.
¡Seguro! Has descansado un rato de ellos poniendo distancia. Has liberado la tensión acumulada con el ejercicio físico. El contacto con la naturaleza (o ecoterapia) también ha ayudado… ¡Y mira lo baratito que te ha salido!
Ten un gesto amable con otra persona
Esto también es muy fácil de hacer. Si alguien te pide un pequeño favor y tú estás en disposición de hacérselo, házselo.
Ese pequeño gesto te ayuda a salirte de tus propios problemas para poner atención en la otra persona. Y el segundo beneficio que obtienes es que te fuerza a cuestionar si es cierto lo que piensas.
El “todo va mal” y “nadie hace nada por nadie” se derrumban. Tú mismo has ayudado a una persona porque sí, sin una obligación de por medio. ¿Por qué no puede ocurrirte a ti lo mismo cuando necesites ayuda?
La amabilidad es muy saludable.
Conecta con la gente
Detrás del pesimismo es frecuente que se halle la sensación de soledad (de desconexión, de aislamiento). Crees que estás solo, que no cuentas, que a nadie le importa verdaderamente lo que te pase.
Ésa no tiene porqué ser la realidad, aunque muchas personas te hayan dado la espalda antes o te la sigan dando ahora.
Intenta conectar con otros, porque alguien habrá que te escuche. Habla de tus problemas, de tus vicisitudes y conoce la realidad de otras personas. Comprobarás que no estás tan solo. Muchos estamos ahí, recorriendo el camino a tu lado.
Haz una pequeña cosa que te asuste
El pesimista recalcitrante imagina escenarios de pesadilla en su cabeza. Cree que si algo puede salir mal, saldrá mal. Va acumulando tantos temores, que traslada esa misma filosofía de un asunto a otro.
La manera de salir de ese esquema es dejando que la realidad hable por sí misma.
Basta con atreverse a dar el paso con algo pequeñito, con algo que te intimide y de lo que prevés un mal resultado o reacciones monstruosas por parte de la gente. (Decir que no a una petición, cantar en un karaoke…)
De ahí salen, al menos, dos revelaciones. La primera, que te das cuenta de que lo que imaginas inspirado por el miedo casi siempre supera a lo peor que ocurre en realidad. La segunda, que sigues vivo después del mal rato. Vivo y con más experiencia. 😉
Son esos gestos los que van haciéndote más valiente y quitándote fantasmas de la cabeza.
Observa lo bueno que se cruza
Cuando uno se halla en pleno bache pesimista, también es frecuente que se quede mirando las puertas que se cierran y deje de prestar atención a las ventanas que van abriéndose.
Al quedarte de bruces con la puerta cerrada, no verás esas opciones, ni las nuevas oportunidades que puedan surgir, ni tan siquiera lo que sí funciona en este mismo momento. Y, si no ves lo bueno, ¿cómo vas a aprovecharlo?
Considera hacerte una visión más completa del panorama que te rodea y ten presente que, aunque ahora mismo te vaya mal, la realidad cambia continuamente.