Después de un tiempo experimentando y practicando, consigues organizarte razonablemente bien: Gestionas tu tiempo y tu energía; domas el horario y haces lo que te propones, cuando te lo propones.
Estás muy feliz con esa mejora. Y es para estarlo. Porque, una vez que encuentras lo que a ti te sirve para ser productivo, el progreso es una consecuencia evidente.
Pero hay otra consecuencia para la que conviene estar preparado: La gente comienza a esperar más de ti. (Sí, eso puede pasar.)
Por ejemplo, tu jefe, que te ve resolviendo el trabajo antes que otros compañeros (no tan organizados) puede tenerte en cuenta para un ascenso u otra mejora laboral. Eso es genial.
Aunque también puede que no ocurra lo anterior. Sino que se limite a cargarte de más responsabilidades, al ver lo bien que te manejas con las actuales.
Tú, que querías atender tus quehaceres laborales con diligencia, ahora tienes más carga de trabajo, gracias al jefe.
Y lo mismo puede pasarte en casa. Otros miembros de la familia ven que eres muy efectivo con las tareas hogareñas y te endosan más, porque creen que las haces con una mano atada a la cintura.
¿Quiere decir esto que no vale la pena encontrar el modo de gestionar tu tiempo y tu energía, porque se va a traducir en más trabajo? Claro que no.
Hay diferencia entre ser responsable, solvente, muy eficiente… y convertirte en alguien que hace el trabajo de los demás, a menos que eso sea lo que tú quieras.
Establece bien tus límites y tus prioridades. Evalúa a menudo si estás enfocado hacia las metas que tú persigues.
Es progresar hacia el futuro que tú quieres construir (en lo personal y en lo profesional) lo que ha de animarte para organizar tus horarios y tus actividades. No hacer por hacer o cumplir con lo que es más conveniente para los otros.
Imagen de Amy McTigue