Los errores son buenos maestros. De ellos se extraen lecciones valiosas, como sabemos todos.
Aunque, a veces cometemos el error después del error (además de los que ya conocemos) de recordar la experiencia hurgando innecesariamente en la herida y de volvernos a juzgar por nuestra torpeza.
¿Por qué no procurar centrarnos en la lección únicamente?
Pongamos, por ejemplo, que una vez el vendedor de una tienda se aprovechó de ti, haciéndote pagar un artículo al doble de su precio. Después te diste cuenta del engaño; te sentiste abochornado y te quedaste con la lección de ser más precavido la próxima vez.
Pasa el tiempo y te encuentras con una situación similar. Entonces, no sólo evocas la lección (de ser más precavido), sino lo «tonto» que fuíste aquella vez que te engañaron.
¿Tonto? No. ¿Adónde quieres llegar dándole vueltas a esa idea? (A mí me ha pasado, sin ir más lejos.)
Ya tuviste la experiencia (y quedó atrás). Ya extrajiste la lección. ¿Para qué revivir la culpa o la vergüenza? O, lo que es peor, ¿para qué juzgarte otra vez por ello?
Ten en cuenta que todos cometemos errores continuamente; unos grandes y otros, pequeños. Lo más saludable para nosotros es acentuar la lección aprendida y, lo menos posible, la mala experiencia con la autocrítica feroz que lleve aparejada.
Sí, lo que nos sirve de los errores es la lección. No hemos de forzarnos a repetir la misma experiencia mentalmente, porque ya pasamos por eso. Ya hicimos el trabajo en su momento. Ya sufrimos por ello. No hay necesidad de comprobar algo que ya sabemos, ni de volver a juzgarnos.
Con las grandes meteduras de pata, esto es difícil. Pero, ¿por qué no proponérselo? ¿Por qué no intentar quedarse con lo aprendido dejando que el resto se desvanezca?
Esta reflexión está basada en un artículo de LifeHack: The One Mistake People Make When Learning From Their Mistakes.
Imagen de Alex Abian