Una cosa que aprendemos enseguida es que la vida no es perfecta. No lo somos nosotros, no lo es la gente que nos rodea y no lo es el mundo en su conjunto.
No existe la vida perfecta, ni el trabajo perfecto, ni la casa, ni la amistad, ni la pareja perfectas.
Asumir esto, aunque no lo parezca, conlleva bastantes beneficios.
Una vida imperfecta
– Nos libra de la frustración segura que hallaremos persiguiendo la inalcanzable perfección.
– Nos demuestra que una persona, animal, cosa o circunstancia no necesitan ser perfectas para ser muy valiosas.
– Nos lleva a descubrir que la felicidad no está atada a la perfección. Uno puede experimentarla sin el trabajo ideal, en una casa destartalada y, en general, en bastantes circunstancias alejadas de lo perfecto.
– Nos hace descubrir lo bueno, la belleza, la alegría, lo dulce. Porque sin el contraste de la amargura y la tristeza, no seríamos capaces de apreciarlo.
– Nos ayuda a ser considerados con nuestras propias imperfecciones y más comprensivos con las de quienes nos rodean.
– Nos impulsa a a seguir aprendiendo y alegrándonos de cada avance. Lo perfecto no necesita ningún progreso.
– Nos motiva a ser generosos con quienes necesitan nuestra ayuda, a poner nuestro granito de arena para mejorar el mundo.
– Nos permite ser humildes y admitir que, en bastantes ocasiones, necesitamos el apoyo de los demás.
La perfección, además de utópica, es bastante más aburrida, ¿no crees?
Imagen de ?ethan