Esa es la gran mentira que creemos todos los fumadores: Fumar es un placer (genial, sensual…). Una mentira que habremos de aceptar como tal.
Recordemos aquel primer cigarrillo. Qué mal sabía, el condenado… La asfixia, el mareo que trajo consigo, hasta que el cuerpo se acostumbró a ese engendro tóxico.
No solo se acostumbró, sino que comenzó a pedirlo con insistencia. De la horrible sensación del inicio pasamos a la no menos horrible de tener que acudir a la llamada de la nicotina, una y otra vez.
Y solo calmando esa urgencia era cuando podíamos decir: ¡Qué bien me siento!
¿Se ve clara la mentira?
Hay que reconocer que la nicotina es una sustancia que incide sobre el estado de ánimo. Aumenta los niveles de dopamina (un neurotransmisor relacionado con el bienestar). Y, después de la euforia inicial, propicia la relajación.
Claro que esas sensaciones agradables son artificiales. Y, además, brevísimas.
Las que sí se hacen notar, una vez que se es un fumador de largo recorrido, son las sensaciones de la abstinencia: el bajón, el desasosiego, la molestia.
Para librarnos de ellas encendemos el cigarrillo. Para evitar el malestar, más que para sentir ese espejismo de bienestar. ¿Es así en tu caso… o no lo has pensado?
Además, a fuerza de acudir una y otra vez a la nicotina, el cerebro va dejando de liberar esas sustancias ligadas al bienestar de manera natural y se acostumbra a hacerlo «gracias» al cigarrillo. (Fuente)
De ahí que los primeros días dejando el tabaco vengan más largos. Después, el cerebro vuelve a funcionar como siempre y ningún espejismo de placer queda en manos de la nicotina.
Rompiendo el círculo
Ya somos conscientes de que la única manera de volver a sentirnos bien de nuevo es rompiendo el círculo vicioso en el que hemos caído.
Romperlo tiene su historia. Costará trabajo, previsiblemente.
Pero, una vez limpios, cuando hayan pasado varias semanas después del último cigarrillo, conoceremos el verdadero placer que proporciona el tabaco: ¡Librarse de él para siempre!