Cuando tienes un gran objetivo en mente, sabes que puedes conquistarlo dando paso tras paso.
Las pequeñas acciones que realizas van sumando, día a día. Y, cuando miras atrás al cabo de un tiempo, observas que has recorrido un buen tramo.
Es el poder de lo pequeño, al que nos hemos referido muchas veces por aquí. Una fórmula que pocas veces falla: Ser constante, repetir pequeñas acciones una y otra vez.
Sabes que con esa consistencia progresarás. Tu esfuerzo (si está bien orientado) dará frutos con el tiempo. Lo sabes cuando empiezas a correr, cuando decides ir al gimnasio, cuando aprendes algo nuevo, cuando haces cambios en tu dieta, etc.
La constancia suele dar muy buenos resultados a quienes la practicamos. Pero también surge un peligro de la misma. Nos topamos de cara con el antipático perfeccionismo.
El perfeccionismo es el que nos pone la trampa del “todo o nada”. Y, a veces, caemos.
Caemos como ceporros el día en el que nos pasamos con la comida y decidimos que, total, no tenemos fuerza de voluntad para resistirnos a una bandeja de bombones.
Nos estresamos cuando queremos meditar, correr, ir al gimnasio, leer… y ese día se presenta un inconveniente, que hace que no cumplamos con nuestra misión diaria.
Nos frustramos, porque nos hemos obsesionado con seguir el plan perfectamente, día tras día. El día que fallamos lo consideramos un fracaso.
¿Cómo no caer en la trampa?
Previendo ese “fracaso”. Que, en realidad, no es un fracaso. Es un obstáculo, de tantos que vamos a encontrar en el camino.
Además, es de los obstáculos que menos influyen a largo plazo. Saltarse un día la dieta, el ejercicio o la hora de violín no es significativo.
Quizás, al día siguiente te cueste más arrancar, como al coche que se cala en una pendiente. ¿Qué pasa? Que le das al contacto y sigues adelante.
Observa que al viajar en coche no sigues una misma velocidad desde que sales de tu casa hasta que llegas a tu destino.
Hay tramos en los que vas más deprisa. Otros en los que vas más despacio. Hay semáforos que te detienen. Hay desvíos, obras, lluvias intensas que te fuerzan a detenerte, etc.
Con todo y con eso, llegas al destino. Y puede que hasta haciendo una buena media de velocidad.
¿A qué viene todo esto? A que hay que mirar más allá, más a largo plazo y menos al parón momentáneo de un día.
Sí, necesitas constancia para adquirir un hábito, para progresar en tus objetivos, para llegar hasta donde quieres. Pero no tienes que hacerlo “perfecto” cada día, cada vez. Mira tu “velocidad media”.
Eres humano y vas a cometer errores. Van a surgir imprevistos. El plan puede fallar. Y has de contar con eso desde el primer día.
Dale un margen a esos inconvenientes. De igual manera, llegarás a tu destino.
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