Esta entrada está escrita pensando en una situación muy concreta: El sentimiento de soledad que experimentan algunas personas que creen que a otros no les apetece acercarse a ellos.
Objetivamente, no se observa ninguna causa de exclusión.
Fijémonos en alguien común y corriente: No ha cometido ningún acto censurable para que otros quieran alejarse. No es especialmente desagradable. Es correcto en su trato con los demás… Etc.
Y, aun así, se siente mortalmente solo.
Piensa que los demás no tienen ni pizca de interés en su existencia. O también que, si desapareciera de la noche a la mañana, su ausencia pasaría inadvertida.
El río caudaloso de lágrimas desemboca en un mar inmenso donde también van a parar las soledades de otros.
Pero no es en la desembocadura donde está la solución, sino en el nacimiento mismo del río. Y, en el caso del que hablamos, la soledad nace de la pobre imagen que tiene la persona de sí misma.
Ahí comienza a brotar la soledad.
En algún momento, esta persona comenzó a convencerse de que no era tan divertida, interesante o carismática como otros. Y fue presentándose al mundo como alguien que no merecía tanta atención, ni que le dedicaran tanto tiempo.
Pero esa actitud, en lugar de lograr que otros se conmovieran y se acercaran, logró el efecto contrario: Que se alejaran más de él/ella.
Eso suele ocurrir…
Para lograr el efecto deseado (que es conectar con otros) la persona ha convencerse de que es valiosa y de que tiene algo que aportar a la vida de la gente.
Tenerlo, lo tiene. Lo que le queda es salir y compartirlo.
Ahí hay alguien que sabrá apreciar lo que ofrece. Claro que, en primer lugar, la persona tiene que estar consciente de su propio valor.
En resumen, su sentimiento de soledad no nace de que él/ella no importe ni interese a los demás, sino de que cree que esto es así.
¿No es buena idea que cuestione esas creencias?
Comentarios
2 respuestas a «La soledad que está en tu cabeza»
muchas gracias
A ti, Jorge. Gracias por pasarte un ratito por aquí. 🙂